viernes, junio 11, 2010, 10:19 AM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO1ª Lectura: 2 Samuel 12,7-10.13: El Señor perdona tu pecado. No morirás.
Salmo 31: Tú perdonaste mi falta y mi pecado.
Gálatas 2, 16.19-21: Es Cristo quien vive en mí.
Lucas 7,36-8,3: Tus pecados quedan perdonados.
Las lecturas de hoy nos hablan de pedir perdón y de ser perdonados. Perdona el que amó hasta entregar la vida y ama el que se siente perdonado. No es suficiente confesar los pecados, es necesario sentirse necesitado de la misericordia de Dios y descubrir y agradecer que es el propio Dios quien se adelanta a perdonarnos por puro amor e interés por nosotros. Solamente entonces comienza la verdadera conversión.
La primera lectura nos narra el grave pecado del rey David. La Palabra de Dios nos lo muestra para nuestra enseñanza y corrección. Todo ser humano es frágil, que puede menospreciar los preceptos de Dios sea cual sea su situación, y lesionar los derechos del prójimo atentando contra su dignidad.. Pero también nos dice que es posible un arrepentimiento hondo y sincero, y que el amor y el perdón de Dios puede sanar al hombre.
En el salmo se reconoce la propia culpa: “perdona, Señor, mi culpa y mi pecado”. ¡Que importante es aceptar la propia realidad y no echar la culpa a nadie!. Así es posible el perdón.
En la segunda lectura encontramos la tesis fundamental de San Pablo expuesta en Gálatas y Romanos: la justificación es concedida a los hombres por la fe en Cristo Jesús y no por las obras de la ley.
Es don de la gracia, nosotros nunca nos podemos ganar o merecer todo los que el Señor nos regala. Podemos, con nuestra respuesta, disponernos a acoger los bienes de Dios, pero tanto el perdón, como la vida sobrenatural que el Señor nos ofrece, ha sido mérito de Jesucristo, a quien hemos sido incorporados por el bautismo.
El Evangelio nos describe lo que ocurre en casa de Simón, un hombre intachable y distinguido, que invita a Jesús a comer.
Debía tener a Jesús en alta consideración (si no, no le habría invitado), pero se crea una situación nueva, cuando irrumpe una mujer pecadora, saltándose todas las normas de lo correcto y oportuno, y empieza a lavar los pies al Señor.
Es un momento imprevisible en el que Simón juzga interiormente a Jesús, porque no comprende que consienta con lo que está ocurriendo: una mujer, una pecadora, le está tocando y lavando los pies. La escena es casi escandalosa.
El Señor responde con una comparación muy sencilla que tiene una consecuencia muy clara: ama mas a quien mas se le perdona.
La perspectiva de Jesús, “amigo de publicanos y pecadores”, es otra que la de Simón: El viene a salvar lo que estaba perdido y valora, por encima de todo, los gestos de amor. Conoce el corazón de las personas y los verdaderos motivos de sus actos y, por eso sabe, que esta mujer, de quien no sabemos nombre ni nada, porque puede ser cualquier persona, está agradecida porque se siente muy amada y muy perdonada y todo lo que hace le parece poco.
La “corrección” de Simón, que va de anfitrión con Jesús, le distancia del Señor y le ciega para comprender a la mujer. El verdadero anfitrión siempre es Jesús, quien nos regala su amor, su perdón y su vida, quien conoce el corazón del hombre y valora todo autentico gesto de amor.