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DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO (30 de octubre) 
jueves, octubre 27, 2011, 09:57 AM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO (30 de octubre)

1ª Lectura. Malaquías 1, 14-2, 8. Os apartáis del camino y habéis hecho tropezar a muchos en la ley.

Salmo 130. Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor.

2ª Lectura. 1ª Tesalonicenses 2, 7ss. Deseábamos no solo entregaros el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas.

Evangelio. Mateo 23, 1-12. No hacen lo que dicen.

En un contexto en el que el Señor nos previene de los peligros del abuso de autoridad: incoherencia entre lo que se enseña y lo que se vive; entre lo que se exige y lo que se hace. Y del peligro de vivir pendientes de lo exterior, “hacerlo todo para que lo vea la gente”, y de exigir privilegios y reconocimientos sociales por el cargo que se ostenta, el Señor nos da una enseñanza fundamental.

“No os dejéis llamar maestro,…no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra,…no os dejéis llamar jefes…”

La única palabra que tiene consistencia y verdad es la palabra de Dios. La enseñanza de la Iglesia tiene autoridad en cuanto expresa, explica y actualiza la palabra de Dios. Ni servimos ideologías ni nos predicamos a nosotros mismos. La Iglesia, para cumplir con fidelidad la misión de magisterio que le ha encomendado el Señor, tiene que ser fiel alumna y discípula, que permanentemente se convierte a la palabra que proclama que siempre la superará; por eso la actitud personal del que predica es de profunda humildad, porque es consciente que la palabra que enseña no le pertenece, le juzga y le desborda. Solo el Señor es nuestro Maestro y nosotros somos discípulos. El discípulo escucha, aprende y sigue al Maestro en su manera de vivir y de actuar. La escucha debe cambiar las condiciones de vida del discípulo. Todos, también la Iglesia y el que predica, somos discípulos.

El Señor proclama la única paternidad de Dios. Cuando Juan Pablo II comenzó su pontificado, dirigiéndose al mundo dijo: “queridísimos hermanos y hermanas…” San Agustín, comentando el Padrenuestro decía que la oración del Señor nos sumerge a todos cada día, al abuelo, al padre, al nieto…, en un baño de fraternidad universal al decir juntos “Padre nuestro”. En la liturgia de exequias, al pedir por el difunto siempre lo presentamos como “hermano” independientemente de edad, condición social o ministerio en la Iglesia. Todos somos hermanos. La fraternidad nos libra de actitudes paternalistas o de culto a la personalidad, que dividen y dificultan el crecimiento personal. Nos iguala ante Dios, que como padre compasivo, se ocupa siempre del más necesitado y quiere reunirnos a todos en su mesa

“No os dejéis llamar jefes”. El primero es el servidor de todos.

Las condiciones de vida en la comunidad cristiana son otras que en cualquier grupo social, donde lo que priva es el poder, la influencia, las diferencias sociales, la ganancia…Discípulos, hermanos, servidores…El Señor no nos rebaja sino que nos eleva a todos a su gran dignidad. “El primero que sea el servidor de todos”. El primero fue Él, Jesucristo, quien como nadie se convierte en el salvador y redentor del linaje humano, desde Belén y desde la cruz.

Vivamos la novedad, la libertad y la autenticidad que siempre nos trae el Evangelio y que establece esta relación de cercanía y de amor con el Señor.

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