Blog del párroco
PENTECOSTES (27 de mayo 2012) 
jueves, mayo 24, 2012, 09:31 AM - Comentarios a las Lecturas
DOMINDO DE PENTECOSTÉS (27 de mayo). Misa del día.

1ª Lectura. Hechos de los Apóstoles 2, 1-11. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.

Salmo 103. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

2ª Lectura. 1ª carta a los Corintios 12, 3b-7. 12-13. Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.

Secuencia.
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don en tus dones espléndido. Luz, que penetra en las almas, fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

Evangelio. Juan 20, 19-23. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.

El domingo de Pentecostés celebramos el final de la Pascua. Los apóstoles y discípulos, a los cincuenta días de la resurrección, reciben el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, el Amor del Padre y del Hijo, que supondrá para ellos una transformación radical, una verdadera nueva creación: “envía tu Espíritu, Señor, y recrea la faz de la tierra”. El Espíritu es el don que recibe la comunidad para continuar la misión de Jesucristo.
Toda nuestra vida le estamos invocando: “Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo”. Fuimos consagrados por él en el Bautismo, y en la oración personal y litúrgica nos dirigimos al Padre desde él. El Espíritu es la tercera persona de la Santísima Trinidad, que realiza en nosotros la obra de la santificación, nos hace hijos de Dios. Además, es el Maestro interior que nos conduce a la verdad plena, el dulce huésped del alma en quien encontramos fuerza y consuelo.

Al Espíritu Santo siempre le han considerado el gran desconocido. Del Padre hemos contemplado su obra, la creación. Al Hijo, le hemos conocido, le hemos escuchado, le hemos seguido; ¿y el Espíritu Santo?, ¿Quién es realmente? ¿Se nota su presencia? Se nota su presencia y su ausencia. Si él está presente hay amor, bondad, unidad, valor, fidelidad, perseverancia…Si está ausente pueden aparecer el odio, la codicia, la maldad, la discordia, la confrontación… Le nombramos y hablamos de El toda la vida. Es alguien cercano e invisible, amado y desconocido, que no está frente a nosotros sino dentro de nosotros. El nos acompañará hasta que Cristo vuelva.

La primera lectura nos habla de la forma de manifestación del Espíritu y de sus efectos: es rumor suave y viento impetuoso; es fuego que se reparte en llamaradas como lenguas. Es alguien que transforma a los apóstoles: los hace valientes, elocuentes, profundos, fuertes, religiosos, capaces de escuchar y aconsejar con la sabiduría aprendida de Jesús. Hablan con tal entusiasmo y verdad que convocan, ilusionan y son entendidos por todos.

La segunda lectura nos dice que el Espíritu Santo es quien nos hace interiormente libres, quien nos hace superar miedos, intereses y convencionalismos que nos apartan de hacer la voluntad de Dios. Es como la savia nueva que nos ayudará a producir frutos de santidad, a cada uno y a la comunidad cristiana, de quien es el alma. Los frutos del Espíritu nos hacen vivir como hijos de Dios, “por sus frutos los conoceréis”.

El Evangelio nos desvela su nombre y su acción: es el Defensor, el Abogado ante el Padre, el que hablará por nosotros, quien nos hace vivir en la verdad plena. Se posó sobre Jesús en el bautismo en el Jordán, permaneció sobre él toda su vida, lo exhaló en la cruz. En la primera aparición, en el cenáculo, ya nos lo entregó con la misión de evangelizar y perdonar.

Del Padre hemos recibido a Cristo. Cristo nos ha entregado su Espíritu, quien
nos hace capaces de conocer, seguir, amar al Señor. Desde el Espíritu nos sentimos hijos y hermanos. Vivamos desde él. La vida cristiana no es ser fieles a unas ideas, sino amar y dejarse transformar por una Persona. ¡Que el Espíritu nos configure con Cristo!

Antes de la fiesta de Pentecostés nos preparamos con septenarios y vigilias para ser conscientes de esta amorosa presencia en nosotros y para pedir al Espíritu Santo que nos de sus siete dones (sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios) y que nuestra vida esté llena de sus frutos.

En Pentecostés siempre se ha celebrado el día de la Acción Católica y del Apostolado seglar. Toda la Iglesia es misionera, toda la Iglesia tiene un alma que la vivifica, el Espíritu Santo y nació en Pentecostés con la vocación de transformar la realidad, de trabajar para que todo se adecue mas al proyecto de reino de Dios, que fue el de Cristo; un proyecto que no busca influencia social ni ningún tipo de poder, sino ayudar a todo ser humano, para que sea respetado y valorado, y tenga los medios necesarios para llegar a la plenitud de la verdad para la que ha sido creado.


Comentarios