Blog del párroco
SANTISIMA TRINIDAD 
martes, mayo 29, 2012, 05:51 PM - Comentarios a las Lecturas
SANTISIMA TRINIDAD (3 de junio 2012)

1ª Lectura. Deuteronomio 4, 32-34.39-40. El Señor es Dios…y no hay otro.

Salmo 32. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor.

2ª Lectura. Romanos 8, 14-17. Habéis recibido un Espíritu…que nos permite clamar “Abba”.

Evangelio. Mateo 28, 16-20. Bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Nunca hubiéramos podido conocer a Dios si no se nos hubiera revelado a sí mismo. Es difícil llegar conocer el misterio que se esconde en cada persona, ¡cuánto más el misterio de Dios! Cuando decimos “Santísima Trinidad” nos asustamos, porque nos parece complicado e ininteligible, pero, realmente estamos diciendo de Dios que es comunión de amor que se abre, se desborda y acerca a nosotros para que compartamos su misma vida.

La primera lectura nos dice que Dios es único, frente a los pueblos antiguos que eran politeístas, y nos manda guardar sus mandamientos para ser felices y para que se prolongue nuestra vida. Cuando le conocemos más y mejor sabemos por propia experiencia la “único” que es, y que realmente sus mandamientos ni condicionan, ni son cargas pesadas, sino que liberan y conducen a la plenitud y a la vida. Cuando estamos en armonía y en paz con él ¡qué felices somos!.

En el evangelio Jesús nos envía en misión, nos revela que Dios es comunión de Personas, porque es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres nombres, tres Personas, tres momentos (el principio, Belén en tiempo del emperador Augusto, Pentecostés), tres acciones creación-redención-santificación. El Padre crea por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. En todos los momentos de Cristo y en todas sus acciones es el Padre quien se revela y el Espíritu Santo el que actúa.

Jesús nos envía a hacer discípulos, personas que se entusiasmen con el Maestro, y nos pide que hagamos dos acciones: predicar y bautizar, anunciar y sumergir en la misma vida de Dios. Jesús quiere que la misma vida de Dios sea nuestra vida.
Esta es la grandeza del cristiano: consagrados por el Espíritu de quien somos templo; hermanos de Jesucristo, a quien estamos unidos como un injerto, su evangelio es nuestro proyecto de vida, su victoria es la nuestra, su destino es nuestra meta; e hijos de Dios, hijos con el Hijo. Este es el ideal de la vida cristiana.

Sería una pobreza reconocer al cristiano solamente como alguien que es socio de una institución; por el bautismo fuimos recreados, cambió nuestra naturaleza, hemos sido “sobrenaturalizados”. Pablo en la segunda lectura nos recuerda que solamente “viéndonos” en el seno de la Trinidad podemos comprender lo que significa ser hijos de Dios. Somos presencia de Dios que se esconde en nosotros.
Venimos de la Trinidad, que es fuente, y vamos a la Trinidad que es meta. Comunión y misión, para la comunión entre las personas y los pueblos. Contemplar, para conocer. Adorar para reconocer y valorar. “Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo”. “Gloria a Dios en el cielo…por tu inmensa gloria te alabamos…Señor Dios Rey celestial, Dios Padre todo poderoso; Señor Hijo único, Jesucristo…con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre”.

Esta comprensión de Dios nos lleva a mirar al ser humano con un gran respeto: consagrados, templos…¡qué gran dignidad la del hombre!. “Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25, 1ss.).La misión del cristiano es trabajar por la dignidad de todo ser humano y procurar la comunión real entre las personas, reflejo y exigencia de la comunión íntima que es Dios.

Hoy es el día de los consagrados a Dios en la vida contemplativa. Son testigos en el mundo del “solo Dios basta”. La consagración de sus vidas desde el silencio y el ocultamiento del mundo, expresa que la unión con Dios llena todas las expectativas de amor y vida que hay en todo corazón humano. Ellos han elegido, como dijo el Señor, “la mejor parte” y son plenamente felices. Ellos, desde su oración, se sienten profundamente hermanos de todos los hombres y solidarios y comprometidos con todo sufrimiento humano. Ellos, en esta sociedad de tantas luces y sombras, junto con otras muchas personas buenas, son testigos de la belleza de la santidad, de la fidelidad, del amor generoso, del silencio. Ellos son intercesores de sus hermanos ante Dios. ¡Que no falten los consagrados contemplativos en la Iglesia, los que noche y día interceden permanentemente por todos sus hermanos!


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