Blog del párroco
DOMINGO 27º TIEMPO ORDINARIO (7 de octubre de 2012) 
sábado, octubre 6, 2012, 10:36 AM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO 27º DEL TIEMPO ORDINARIO (7 de octubre)

1ª Lectura. Génesis 2, 18-24. Serán los dos una sola carne

Salmo 127. Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.

Hebreos 2, 9-11. El santificador y los santificados proceden todos del mismo.

Evangelio. Marcos 10, 2-16. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

El hombre y la mujer han sido creados para vivir su relación en una unión perfecta, para amarse hasta dejarlo todo, incluso al padre y a la madre. El bellísimo relato de la creación de la mujer de Génesis 2 nos enseña que la mujer, formada de la costilla del hombre, es la parte más intima, más necesaria, de la unidad que forman hombre y mujer, ya que nace del corazón de Adán, y que los dos unidos son un solo ser completo. Solo la mujer es capaz de aportar al hombre todo lo que le falta para ser feliz y estar realizado, ningún otro ser llena su soledad. El grito de admiración y de alegría de Adán expresa la unidad perfecta que están llamados a formar.

En el evangelio escuchamos cómo los fariseos, preocupados por la ley, vivida sin espíritu, le hacen a Jesús una pregunta para ponerlo a prueba. O está contra la ley de Moisés, si no acepta las condiciones en las que se justifica el divorcio, o contra sí mismo, que predica el amor y contra lo que desde el principio ha dicho Dios.

Jesús nos recuerda el deseo de Dios desde el principio, deseo que es más que sueño, es mandato: el hombre y la mujer, serán los dos una sola carne, tendrán una misma historia, asumirán como propia la fragilidad y la pobreza del otro. Solo por “vuestra dureza de corazón” se permitió, provisionalmente, la ley de Moisés a la que hacen referencia.

Vivimos un tiempo en el que la mentalidad divorcista, tan extendida y generalizada, hace que se vea como normal el recurrir al divorcio ante cualquier situación de conflicto o simplemente de cansancio o desgaste de la relación. La causa siempre es la falta de amor y, muchas veces, la incapacidad para amar; la no valoración del matrimonio contraído y la falta de responsabilidad ante la palabra dada; el individualismo que hace que solamente se piense en sí mismo.

Para los cristianos el matrimonio es una vocación y un sacramento. Dios llama a realizarse entregándose a la persona amada; Dios llama a colaborar con él en la trasmisión de la vida; Dios llama a ser presencia en el mundo del amor de Cristo a la Iglesia; Dios llama a crear la primera comunidad, la familia, donde se encuentra apoyo y ayuda, se crece en generosidad por la entrega a los demás y se trasmite la fe, porque el hogar es la primera Iglesia doméstica.

Y es sacramento. Al sí de los esposos se une el sí de Dios, que se compromete a ayudarnos para que vivamos todas las exigencias del amor y cumplamos el encargo de vivir para el cónyuge, ocupándonos y preocupándonos de todo él, también de su salvación.

El matrimonio es el estado perfecto para la gente que se ama. El tiempo y la vida compartida hace que los esposos vivan todas las dimensiones del amor, desde la pasión a esa comunión interior que lleva a un conocimiento total, de pensamientos y sentimientos sin necesidad de que medie la palabra. Solamente el amor llena todas las soledades y vacíos; solamente el amor es camino de realización plena y de felicidad, el amor dado y recibido.

En el verdadero amor no hay decepciones, sino descubrimiento de nuevas dimensiones que manifiestan las necesidades que el cónyuge tiene. La pobreza, los defectos, los problemas del otro nos urgen a amarle más. Nadie conoce el corazón humano como Dios que nos ha creado y él nos dice que solamente una mujer es capaz de llenar la vida de un hombre y un hombre la de llenar la de la mujer.

El amor matrimonial es semejante al amor de Dios que sabe de sueños, proyectos, ilusiones, perdón, entrega…y de dar la vida, expresión plena del amor. El que más se entrega, mas ama.

Que la Virgen del Remedio, Titular de la parroquia, nos siga dando el Remedio que es su Hijo Jesucristo y nos enseñe a mirar llegando al corazón, sin juzgar y comprendiendo; a estar cerca desde la discreción, sin atosigar pero estando disponibles; a guardar en el corazón, curándonos de rencores; y, sobre todo, a saber estar junto al sufrimiento y a la cruz de los hermanos. Por eso es Remedio.

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