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DOMINGO 3º DE PASCUA. Ciclo C (14-4-2013) 
sábado, abril 13, 2013, 11:50 AM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO 3º DE PASCUA. Ciclo C (14-4-2013)

1ª Lectura. Hechos de los Apóstoles 5, 27ss. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo.

Salmo 29. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

2ª Lectura. Apocalipsis 5, 11-14. Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la alabanza.

Evangelio. Juan 21, 1-19. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, lo mismo el pescado.

Tercer domingo de pascua. El Señor resucitado está en Galilea entre los discípulos sin ellos saberlo; el Señor cumple su palabra: “Id a Galilea, allí me veréis”.

Han regresado al principio, a Galilea, junto al Tiberíades, a su trabajo de pescadores. Allí conocieron a Jesús y se sintieron llamados. Allí surgió aquella gran amistad que les llevó al seguimiento del Señor dejándolo todo. Ahora están con la ansiedad de quien no sabe qué les ha pasado y qué hacer. Pedro tiene la iniciativa, quiere ir a pescar; los otros se ofrecen a ir con él. Son siete, número que expresa totalidad, todos. Estuvieron toda la noche y no pescaron nada.

Desde la orilla, como ocurriría al principio, el Señor les llama “muchachos”, les pide del resultado de su trabajo, ¿“tenéis pescado”? No han pescado nada y el Señor les indica dónde lo deben intentar de nuevo. Y les prepara el almuerzo.

La pesca fue muy abundante, la red repleta, sin reventar, porque Jesús no quiere que se pierda nadie; 153, todos, universalidad de la salvación. Aunque Pedro arrastró la red a la barca, le tuvieron que ayudar y remolcar entre todos. El trabajo de la evangelización es tarea de todos, somos todos necesarios, bajo la guía de Pedro.
El discípulo que se había sentido tan amado y que le había querido tanto es el primero que lo “descubre” y lo ve. “Es el Señor”. Solo se ve si se mira con amor. El signo por el que lo reconocieron fue la pesca tan abundante.

Pedro al oír que era el Señor, al sentirse ante Cristo, tuvo vergüenza de su desnudez, de su pequeñez; se vistió la túnica, que indica que se está dispuesto para el servicio, y se arrojó al mar nadando hacia la orilla, hacia el Señor. Siempre hay que volver a Jesucristo.

Jesús tiene la delicadeza de contar con nuestra colaboración: “traed de los peces que acabáis de coger”, aunque él ya tenía preparado el almuerzo.

Se sentaron y Jesús realizó el querido y reconocido signo de la bendición, de la fracción del pan y de repartirlo para que llegue a todos. No hay signo más claro para reconocer a Cristo que la Eucaristía. Cristo nos entrega su vida cada vez, para que tengamos vida, su misma vida. Nos sienta en la mesa de la fraternidad, su mesa; y quiere que no falte el pan a nadie, empezando por los más humildes.

Luego viene el examen a Pedro sobre el amor. Cristo, que ya lo sabe, quiere oírlo tres veces delante de la comunidad. Porque quiere dar a Pedro la posibilidad de que se libere de las tres negaciones; porque los sentimientos se tienen que verbalizar, se tienen que hacer palabra. Porque es necesario que los discípulos escuchen el testimonio de amor de Pedro, en el que se basa la confianza de Cristo y la entrega de su misión, no en otras cualidades; para que reconozcan la misión de Pedro entre los doce; para que Pedro vuelva a llorar y sepa siempre que su fuerza está en el Señor.

El encargo del Señor les dio y nos da gran valor y fuerza. El testimonio de la primera comunidad fue claro: “hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres”. En la evangelización el gran agente es Jesucristo, el que “se sienta en el trono, el que merece toda alabanza, gloria y poder”. Pero él espera que le entreguemos todo lo que somos y que nos entreguemos como él y por sus mismos valores, hasta el final de la vida, hasta que “otros nos ciñan y nos lleven donde no queremos ir”.



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