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DOMINGO 22º DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo C (1-09-2013) 
viernes, agosto 30, 2013, 05:54 PM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO 22º DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo C (1-09-2013)

1ª Lectura. Eclesiástico 3,19-21. 30-31. Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios.

Salmo 67. Has preparado, Señor, tu casa a los desvalidos.

2ª Lectura. Hebreos 12, 18-19. 22-24a. Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo.

Evangelio. Lucas 14, 1. 7-14. Todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido.

El evangelio nos habla de dos virtudes fundamentales del cristiano: la humildad y la generosidad, virtudes que hemos visto en Jesús como actitudes fundamentales en su vida desde Belén hasta la Cruz.

En esta parábola, el Señor nos expone una enseñanza muy práctica que nunca pierde actualidad. En el país de Jesús y su tiempo, debía pasar como entre nosotros: nos gusta figurar, que nos distingan, que nos alaben, estar cerca de los que mandan, emplearnos en que no nos falte de nada…y actuar procurando siempre alguna ganancia personal de cualquier tipo. Jesús nos alerta para que no pasemos la vergüenza de tener que levantarnos del lugar que no nos corresponde y nos enseña que no es bueno actuar buscando solo ganancia, por interés.

Pero el Señor no pretende darnos consejos para que no fracasemos en comportamientos sociales, sino que nos propone un modo nuevo de ser y de actuar: nos dice que seamos humildes de corazón, generosos, desprendidos, que tengamos interés por los pobres.

No es fácil aceptar esto en nuestra sociedad, donde lo realmente importante es ser conocido y famoso, por el poder, el dinero, incluso, los escándalos que se protagonizan. Lo importante es estar en los medios de comunicación, hablar y que se hable de ti; llegar el primero al lugar de la catástrofe, hacer las más sentidas declaraciones sobre el difunto o la desgracia acontecida, ofrecer las primeras ayudas que son las que se comentan en los medios de comunicación…y un sinfín de ocasiones que los responsables de la “imagen” de los “personajes” se encargan de cuidar. El que no “sale” no existe, y lo que no se ve, no cuenta. ¡Qué lejos queda “que no sepa tu mano derecha lo que hace tu izquierda”! En el fondo se trata de vivir para ti mismo o de cara a Dios y a los demás.

Ya el libro del Eclesiástico nos trasmite los buenos consejos de un padre a su hijo: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios; porque grande es la misericordia de Dios y revela sus secretos a los humildes”.

Jesús fue humilde, para estar a la altura de todo ser humano; y nos enseñó que lo fuéramos; solamente así nos podemos tratar como iguales y como hermanos. “Se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo”. Esta es la actitud que gusta a Dios. Dios eligió a los humildes, a los pobres: María (la esclava que enaltece al Señor porque se ha fijado en los humildes), José, los pastores, los enfermos, los marginados…y, ¡cuántos santos! Todos han sido ejemplos radiantes de humildad (Francisco de Asís, Teresa del Niño Jesús, el P. Kolbe, Juan XXIII…) Solamente siendo humildes nos asemejamos a Cristo y damos frutos de santidad.

El papa Francisco nos recuerda con su ejemplo y con su palabra, que Jesús dejó a la Iglesia el encargo de que fuera pobre y para los pobres. Una Iglesia que trabaja por el diálogo entre las naciones para evitar las masacres y las guerras; que no confía en la fuerza ni en la violencia sino en la razón y en la paz; que recoge a los caídos, a los “aparcados” de todos los caminos, a los fracasados. Que es la voz de los pobres, que ama, comparte y actúa con verdad.

La humildad no es actitud de fracasados, de cobardes o de débiles; sino de personas libres, sensatas, que estiman a los demás y confían en la eficacia de la verdad. Que quieren construir un mundo más humano y que miran la vida y a sí mismos de otra manera.

La eucaristía que celebramos es un acto muy sencillo: hacemos memoria de un acto de amor y de entrega de Jesucristo, que se realizó en la vida, en la cruz y en la resurrección; unimos a él el sufrimiento de todos los hermanos; compartimos el pan que es Cristo y agradecemos todo lo que Dios es y hace por el hombre y por la vida. No se puede agradecer sin ser humilde y sin valorar el don que son Dios y los hermanos.

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