Blog del párroco
DOMINGO 32º DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo C (19-11-2013) 
viernes, noviembre 8, 2013, 10:45 AM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO 32º DEL TIEMPO RODINARIO. Ciclo C (10-11-2013)

1ª Lectura. 2º libro de los Macabeos 7, 1-2. 9-14. El rey del universo nos resucitará para una vida eterna.

Salmo 16. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.

2ª Lectura. 2ª carta a los Tesalonicenses. El Señor os dé fuerzas para toda clase de palabras y de obras buenas.

Evangelio. Lucas 20, 27-38. Dios, no es Dios de muertos, sino de vivos.

Los últimos domingos del año litúrgico, la Iglesia siempre nos propone que reflexionemos sobre la vida eterna, cuestión poco considerada en este tiempo en el que estamos tan ocupados y preocupados por el presente y por lo más inmediato, y en el que tanto se ha perdido el sentido religioso y trascendente de la vida.

En la primera lectura, los mártires Macabeos proclaman su fe en la resurrección. El fragmento de la carta a los Tesalonicenses nos exhorta a mantener viva la esperanza, virtud difícil y meritoria, en tiempos y situaciones difíciles. En el evangelio, después de una discusión artificial y desagradable con los saduceos, Jesús anuncia la resurrección de todos y la vida de los hijos de Dios en la gloria. Hace unos días, el 13 de octubre, celebrábamos en Tarragona la beatificación de 522 mártires españoles de la guerra civil: fue una proclamación gozosa de su fe en Jesucristo y en la vida eterna, por encima del sufrimiento y de la muerte. Todos los domingos, cuando recitamos el credo, proclamamos como una verdad fundamental de la fe: “creo en la resurrección de la carne”, “creo en la resurrección de los muertos” y “en la vida del mundo futuro”.

El acontecimiento fundamental de nuestra fe es la resurrección de Jesús. Desde ella, le conocemos en plenitud, entendemos el plan salvador de Dios y podemos comprendernos a nosotros mismos, el sentido de la vida y de nuestra vida y contemplar nuestro futuro. En la victoria de Cristo está nuestra victoria personal.

Lo difícil para los cristianos está en “creer” o “comprender” la resurrección del cuerpo, de la carne, de los muertos. La Iglesia venera el cuerpo del difunto en la celebración de las exequias cristianas, lo rocía con agua bendita recordando el bautismo, lo inciensa…porque es templo del Espíritu Santo; es un cuerpo ungido en el bautismo, en la confirmación, en la unción de enfermos, en algunos casos, en el orden sacerdotal o la consagración episcopal…Es un cuerpo consagrado, que ha sido muchas veces alimentado por el cuerpo sacramental de Jesucristo en la eucaristía, que ha sufrido en su propia carne la pasión del Señor en las enfermedades y sufrimientos, que ha servido, que ha apoyado a otros hermanos. Que pasará por el anonadamiento de ser polvo y ceniza, semilla de vida y eternidad.

Los cristianos siempre hemos enterrado a los difuntos en lugares sagrados, a la espera de la resurrección; hemos ofrecido flores, luces, oraciones…Porque creemos en la vida más allá de la muerte, la vida conquistada y regalada por Cristo.

Exigencias de nuestra fe son valorar nuestra salud y nuestra integridad personal; tener un gran respeto al cuerpo, a la persona en su materialidad: las obras de misericordia son: dar de comer al hambriento, curar a los heridos y enfermos, visitar a quien está solo, socorrer a quien lo necesita, enterrar a los muertos.

Hoy debemos tener gran cuidado en el respeto con el que debemos tratar las cenizas de los difuntos recogidas en las incineraciones: debemos darles sepultura en lugares sagrados: cementerios, columbarios, en espera de la resurrección. Han surgido muchas costumbres, a veces raras y pintorescas, algunas veces poco respetuosas con el difunto, que en ocasiones son disfraces de nuevas formas de negocios, de exotismo, de rarezas o de comodidad. Con algunas de estas nuevas formas de “vernos libres” de las cenizas o de “colocarlas, depositarlas o desparramarlas” según la voluntad del difunto, expresamos nuestra increencia en la resurrección después de esta vida.

Los cristianos debemos que respetar el propio cuerpo y el de los demás; la vida y la muerte, porque creemos que la vida es don de Dios, manifestación de su amor y esperamos en la resurrección, conquistada por Jesucristo. Por “la Comunión de los santos” podemos orar por los difuntos y ellos pueden interceder por nosotros.


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