domingo, junio 5, 2011, 09:21 AM - Comentarios a las Lecturas
SOLEMNIDAD DE LA ASENSIÓN DEL SEÑOR (5 de junio)1ª Lectura. Hechos de los Apóstoles 1, 1-11. Se elevó a la vista de ellos.
Salmo 46. Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas.
2ª Lectura. Carta a los Efesios 1, 17-23. Lo sentó a su derecha en el cielo.
Evangelio. Final del Evangelio de Mateo. 28, 16-20. Misión de los Once en el marco de la Ascensión. “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra”.
“Subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre”. Cuando recitamos el credo, proclamamos nuestra fe en la glorificación de Cristo y en su vuelta junto al Padre, el lugar y la dignidad que le corresponde, después de cumplir su misión en la tierra entre nosotros. El Crucificado y Resucitado, vive junto al Padre hasta que “de nuevo venga con gloria a juzgar a vivos y muertos”.
Los discípulos no terminaban de creer que el Señor fuera a marcharse: “¿Cuándo vas a instaurar la soberanía de Israel?”. El Señor los condujo a Galilea, a un monte, y desapareció de sus ojos. Es la última vez que le vieron glorioso después de la resurrección. Y allí les envió a ser sus testigos, y a bautizar, incorporando nuevos miembros a la comunidad cristiana, al proyecto de Jesús.
No los dejaba solos, les prometió el Espíritu Santo y les aseguró otra forma de presencia: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos”.
Hoy es un día de alegría y de cierto pesar. Celebramos la victoria del Señor, pero la Iglesia, la comunidad cristiana, vive sin la presencia física de Cristo; lo tiene de otras formas: en la Palabra, en la comunidad, en los pobres, en la eucaristía, en su Espíritu…Tenemos que ser sus testigos porque no está El. Esta es la exigente y trascendente misión de la Iglesia. Debemos hacer presente su vida sus palabras, sus valores sus prioridades…de forma que invitemos al seguimiento, a la incorporación a la comunidad y que recordemos su regreso.
El Señor se despidió en Galilea, así nos recuerda que es en la vida ordinaria, en el día a día, incluso en nuestras tareas más ocultas, donde debemos vivir con el Espíritu y desde las palabras de Jesús.
La vida de todo cristiano tiene una meta, el cielo, no estamos perdidos ni desorientados. Además, debemos mirar hacia arriba y apartar de nosotros todo materialismo y codicia.
Tenemos una misión, ser testigos del Señor, y esto supone vencer la mediocridad, la rutina, desterrar el mal de nosotros, vivir el Evangelio, permanecer en actitud de mejora y conversión.
El vivir sin la presencia de física de Cristo nos urge a tener más sentido de Iglesia, de comunidad cristiana: la Iglesia es el cuerpo de Cristo y los hermanos en la fe nos respaldan y acompañan en el testimonio. No estamos solos ni vamos a la nuestra. No podemos llevar una vida cristiana individualista, ni que se circunscriba solo a lo privado, porque la fe se vive en el mundo y para transformarlo en el proyecto de Dios.
La Iglesia y las comunidades cristianas no estamos llamados a encerrarnos en nosotros mismos “galileos, no os quedéis mirando al cielo” sino que tenemos que seguir la misión de Jesucristo, con la fuerza de su Espíritu y el consuelo y estímulo de su compañía “Yo estoy con vosotros”.
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