sábado, junio 9, 2012, 10:25 AM - Comentarios a las Lecturas
CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (10 junio 2012)1ª Lectura. Éxodo 24, 3-8. Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros.
Salmo 115. Alzaré la copa de la salvación, invocando tu nombre.
2ª Lectura. Hebreos 9, 11-15. La sangre de Cristo purificará nuestra conciencia.
Marcos 14, 12-16. 22-26. Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre.
El Jueves Santo celebrábamos la Última Cena del Señor en la que instituyó la Eucaristía. Jesús quería manifestarnos el sentido de su entrega, que iba a consumar el Viernes Santo, y dejarnos el memorial de su muerte y resurrección. El evangelio del lavatorio de los pies nos mostraba la actitud de servicio del Señor, la única posible desde la que se pertenece a la comunidad cristiana y se puede participar en la Eucaristía: sentirte servidor, más aun, esclavo de tus hermanos, hasta del que te va a traicionar.
Hoy, día de Corpus, nuestra atención se centra en la presencia constante de Jesús en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. “Dios está aquí, venid adoradores a adorarlo”, cantamos en muchas celebraciones.
La primera lectura nos remonta a la alianza de Dios con su pueblo, donde Israel celebra la libertad que Dios le conquista y el pacto de amor que establece con él. Moisés levantó un altar para ofrecer un sacrificio, roció con la sangre del animal sacrificado el altar y al pueblo, y así significó la entrega sacrificial por la que Dios les daba su vida, la comunión de vida entre Dios y el pueblo, vida sobrenatural, realmente entregada, con la muerte de Cristo.
En la carta a los Hebreos contemplamos a Cristo como Sacerdote perfecto. Su sacrificio libera de todo el mal, es fuente de vida para toda la humanidad; él es el único templo, lugar de encuentro con el Padre y el único mediador entre Dios y los hombres.
El Evangelio nos narra la institución de la Eucaristía. Este sacramento es el tesoro de la Iglesia, porque es Cristo mismo, en su cuerpo, alma y divinidad. ”Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre…”Su Persona y su vida entregadas para que tengamos vida.
Hoy la Iglesia se fija especialmente en la presencia de Cristo, tenemos a Cristo realmente.
A Cristo le tenemos en la acción eucarística, “haced esto…” y en las sagradas formas guardadas en el sagrario, para ser adorado, para que podamos acudir a él en cualquier momento, para poder llevar la comunión a los enfermos.
La oración ante el Santísimo en el sagrario, es actividad necesaria para mantener, crecer y madurar en la fe. La oración nos ayuda a cuidar nuestra intimidad con el Señor y a poner la mirada en lo fundamental. Las visitas al Santísimo, en otro tiempo más y mejor practicadas, sin prisas ni rutinas, nos facilitan el vivir la presencia de Dios. Los actos eucarísticos, los tiempos de oración en el sagrario…todo es un gran medio para no perder la dimensión sobrenatural de la vida en este tiempo tan secular.
Los templos no deben perder su sentido de espacios religiosos. Son lugares donde está el Señor y vamos a encontrarnos con él. Necesitamos silencio, para poder estar ante su divina presencia, orden y decoro por la dignidad que entrañan y para evitar distracciones. Se falta al respeto debido cuando se habla lo no necesario, se llega tarde, no se cuida el que no suenen los teléfonos móviles, el vestir inadecuadamente; todos sabemos, porque es una cuestión cultural, que el vestido es un lenguaje y que hay una forma de vestir más adecuada para cada acto o celebración. ¿Cómo iríamos a una audiencia o entrevista importante? No es cuestión de lujo sino de respeto ante quien nos situamos. Dios se merece todo lo mejor de nosotros, y cada cristiano, con su ejemplo, tanto en celebraciones en templos como en la participación en otros actos en la vía pública (por ejemplo, la procesión del Corpus) debe adoptar el comportamiento que expresa su fe y su respeto personal.
La eucaristía es Dios quien se hace pan, para ser alimento de todos, para crear comunión, unidad. No se puede celebrar la eucaristía desde la ruptura con nuestros hermanos, ni desde posturas de egoísmo, rencor, desinterés, injusticia, insolidaridad. El día de Corpus es el día nacional de caridad. Dios no quiere que nadie pase hambre, ni que vivan de manera indigna. En la Eucaristía Dios se convierte en la voz, en el grito y el gemido de los pobres: Dios para todos, trigo molido, harina amasada, pan repartido.
Nunca nadie en el mundo ha hecho presentes los valores que expresa la eucaristía y que Cristo ha vivido en su vida pública y en su pascua.
Hoy paseamos a Cristo por nuestras calles en las procesiones. En custodias preciosas, entre lluvias de pétalos de rosas, sobre calles enramadas con murta. Incienso, cantos, la belleza de los ornamentos. Oraciones. Solamente es un trozo de pan, la materia más barata y accesible a todos. Pero es Cristo. “Esto es mi cuerpo que se entrega”. Sacramento admirable, el alma se llena de gracia, prenda de la gloria futura, alimento para el camino. Todo por amor. Todo amor. Dejémonos transformar y llenar de Cristo que viene a nosotros. Corpus, cuerpo de Dios, en el pan consagrado, en el hermano empobrecido y explotado, en el ser humano maltratado, perseguido, asesinado. Ojalá la fiesta del Corpus consiga el sueño de Dios, que el cuerpo del hombre que sufre sea más dignificado y respetado.
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