sábado, septiembre 10, 2011, 03:58 PM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO (11 de septiembre)1ª Lectura. Eclesiástico 27, 33- 28,9. Perdona la ofensa de tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.
Salmo 102. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
2ª Lectura. Romanos 14, 7-9. En la vida y en la muerte somos del Señor.
Evangelio. Mateo 18, 21-35. No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
La enseñanza evangélica más difícil que tenemos que cumplir los cristianos es perdonar de corazón a quien nos ha ofendido o nos ha hecho algún mal. El que nos hace daño o nos ofende, además del daño que nos causa, siembra en nuestro corazón el odio o el rencor. “Perdono, pero no olvido”, decimos, porque nunca terminamos de perdonar. El odio genera violencia y, además de ir en aumento, se trasmite, se hereda. Uno de los muchos riesgos que se corre en la vida es, que las experiencias negativas que vamos viviendo, nos endurezcan de tal modo, que cada día amemos menos a los demás y perdamos la alegría y toda esperanza.
Perdonar de corazón al hermano, porque Dios nos perdona. Como correspondencia al perdón, como respuesta desde el amor al mal, como único camino de sanación para el ser humano. Lo vemos en la Cruz. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. El Señor, perdona y justifica. En la oración del Señor, se nos pone con condición para ser perdonados: “perdónanos, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Lo vemos en el testimonio de los mártires, de quienes el Beato Juan Pablo II decía: “vivieron amando y murieron perdonando”.
Perdonar es atributo de Dios y de los hijos de Dios. Dios es el que más ama, el que es más ofendido y el que más perdona. Hace falta estar muy lleno del amor de Dios para poder perdonar. Es una gracia, Dios nos ayuda, solos no podemos.
Perdona el que no quiere perder al otro, el que espera en la fuerza del amor. Solo el perdón nos permite empezar de nuevo.
En el evangelio, Pedro, pensando que conocía el sentir del Señor, tirando muy por arriba, le dijo: “Señor, perdonar hasta siete veces”. “Hasta setenta veces siete”, siempre, “y de corazón”, desde lo más profundo de nuestro ser.
La parábola que cuenta el Señor, del criado mezquino, manifiesta hasta dónde puede llegar la pobreza y la ceguera del ser humano, que no valora el perdón recibido y que es incapaz de dar lo más pequeño de sí mismo. La parábola marca el contraste entre el actuar de Dios y el nuestro. El Señor nos urge a que sepamos perdonar, a que nos hagamos la violencia interna de perdonar.
En la sociedad en la que vivimos hay mucho odio creado por las guerras, masacres, persecuciones, terrorismos. Desde la política, para fortalecer los vínculos de los del propio partido y justificar acciones inhumanas, injustas y sectarias, se ha favorecido, e incluso fomentado, el odio. El recuerdo de guerras fratricidas y la manipulación de la historia… ¡Qué difícil resulta, muchas veces, el perdón! El Señor nos pide que, como El, perdonemos siempre, para sanar al ser humano, para frenar “la espiral de la violencia”. Hay ocasiones en las que la reconciliación política y social es imposible y en las que el odio parece prevalecer sobre el amor. El odio siempre arrastra muchas víctimas, lo vemos en las guerras y revoluciones, empezando siempre por los más indefensos.
Perdonar no es debilidad ni fracaso. Lo vemos en la cruz del Señor. La oración, la humildad, el deseo de identificarnos con el Señor…nos ayudará. ¡Que el Señor nos conceda saber perdonar y que experimentemos la grandeza de su perdón!
