viernes, marzo 18, 2011, 10:53 AM - Comentarios a las Lecturas
SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA (20 de marzo)1ª Lectura: Génesis 12, 1-4ª. Vocación de Abraham, padre del pueblo de Dios.
Salmo 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos en ti.
2ª Lectura: 2ª a Timoteo 1, 8b-10. Dios nos llama y nos ilumina.
Evangelio: Mateo 17, 19. Su rostro resplandeció como el sol.
Nos dirigimos a Jerusalén con Jesús y le acompañamos al monte Tabor donde vivimos, con los apóstoles más cercanos, un momento de gloria. Este no es el monte de las tentaciones. Aquí el mismo Padre nos presenta a Jesús lleno de luz, nos dice que es su Hijo amado y que le escuchemos más allá de otras leyes (Moisés) y de otras enseñanzas (Elías), porque solo él es legislador de la nueva ley, el verdadero maestro y la palabra definitiva del Padre. Cristo transfigurado manifiesta su divinidad y la meta a la que tendemos los bautizados que compartimos la luz que es Jesucristo.
El camino puede hacerse largo y costoso; necesitamos recordar el sentido de lo que hacemos y vivimos, y dónde está la meta a la que nos dirigimos. Cristo resucitado es nuestra meta.
Considerar nuestras verdaderas fuerzas, descansar y seguir.
Jesús busca para él y para los apóstoles un oasis de luz donde encontrar sentido y fuerza para recorrer el camino hasta el final. Pasar por la pasión para llegar a la gloria.
En la primera lectura hemos encontrado a Abraham, hombre creyente y peregrino de la fe. Salió de su casa rumbo a una tierra desconocida y se fió solo de Dios. Era mayor y sin futuro, solo tenía la promesa de Dios; se fió de la palabra y Dios le dio tierra y descendencia. La vida el creyente y de la Iglesia es una peregrinación constante: fiados solo en la palabra, en el misterio del bien hacer de Dios.
En la segunda lectura Pablo nos invita a tomar parte en los duros trabajos del evangelio; esta difícil misión podemos realizarla con la gracia de Dios.
Este segundo domingo de cuaresma la Iglesia nos recuerda que la vida es una respuesta a la llamada del Señor. Que tenemos una meta clara, transformarnos en Cristo; conseguirlo supone no cansarse ni desviarse en este largo camino, confiar y responder a la gracia de Dios, no tener miedo a las dificultades (las cruces) por las que hay que pasar para disfrutar de la gloria que el Señor nos ofrece.
Es muy necesario el silencio y la soledad para considerar dónde estamos y escuchar lo que Dios nos pide. La fe supone escuchar y discernir, para evitar atolondramientos que nos desvíen y para contar con las fuerzas que nos permitan llegar al final.
Pedro tuvo dos dificultades: equiparar a Cristo a otras palabras o promesas (“hagamos tres tiendas…” El Padre cortará y dirá “ahí tenéis a mi Hijo, escuchadle”) y quedarse en esa situación sin volver al llano de la vida.
Llenos de Cristo, hay que volver al llano de la vida, participando en los duros trabajos del evangelio y trasmitiendo la luz que viene del Señor. Pero esto lo podremos realizar si nos transfiguramos en Cristo. Este es un gran reto para los cristianos y para la Iglesia .
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