martes, junio 18, 2013, 11:00 AM - Otros
CUANDO NO PUEDES HABLAR, POR UNA PEQUEÑA AFECCIÓN.No me había dado cuenta lo fácil que es hablar, del don tan grande que es poder hablar. De la gran pérdida que es no poder hablar, decir, preguntar, explicar…Ni de lo pronto que se pierde esta capacidad, que también es un derecho.
Hablamos mucho, toque o no toque, pegue o no pegue. Antes, una forma de entender el valor, la categoría de una persona, era por la verdad y la firmeza de sus palabras y de los compromisos adquiridos. De algunas personas se decía que su palabra tenía el valor de una escritura notarial. La prudencia y la brevedad en el decir eran valores que acompañaban la veracidad de los contenidos, el bien hablar.
Ahora se miente, se hacen promesas que no se van a cumplir, se difama, se adula, no se cumplen palabras dadas ni ante Dios, ni ante la ley, ni ante la persona amada y los familiares y amigos… Se insulta, se blasfema, no se conoce el significado ni el valor de las palabras, se grita. Es el tiempo de los volúmenes altos (en domicilios y negocios mal insonorizados, verdadera tortura y gravamen para los vecinos), de los auriculares, de los tapones para los oídos. He oído que aumentan las sorderas y que aparecen enfermedades nuevas.
Muchos hablamos solos, hasta por la calle; muchas veces, comenzamos sin saber muy bien lo que vamos a decir, aprovechando que es nuestro turno; hay ocasiones en las que deberíamos pensar si lo que vamos a decir es verdadero, necesario, si va hacer mejores a los demás, es útil y oportuno. A veces de tas cuenta de que eres quien más habla, y da vergüenza.
No cuidamos el tono ni el ceño, que puede cambiar el contenido de las palabras. Cuando lo que decimos no es verdadero ni adecuado y lo queremos arreglar, nos liamos en nuestras palabras y razones y lo estropeamos más. El Señor nos dijo que fuéramos escuetos y concisos: “que vuestra palabra sea Si a No, lo demás, procede del maligno”.
Es una buena costumbre no hablar mal de nadie, ni menos si está ausente. “¿Quién os ha hecho jueces del hermano”?. Esta frase es del Señor, y ahora lo está insistiendo mucho el Papa Francisco, por el mal y el desánimo tan grande que produce en las personas.
Es un don muy grande la palabra. Cristo es la Palabra de Dios hecha carne. El cristiano le presta la voz, para que resuene la verdadera Palabra y llegue a los demás; y el que sirve a la verdad en los medios de comunicación escritos la hace letra.
Palabra para acoger, para trasmitir la verdad, para agradecer, para bendecir, para defender, para animar, para enseñar, aprender, para consolar, para cantar…para tantas y tantas cosas buenas.
Y la falta de la palabra te hace más pobre, más humilde, más comprensivo y más austero.
Hay que cuidar las gargantas y las palabras. Menos mal que está la mímica, los mensajes de móviles, los papelitos y los lápices…
Y también está la palabra que no se dice, y el silencio, y la oración vocal y mental.
Gracias, Señor por el don de la palabra y del silencio.
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