domingo, octubre 23, 2011, 05:19 PM - Otros
NOS DEJÓ UN SACERDOTE MISIONEROA finales de agosto murió el sacerdote misionero de Aguatón (Teruel), Feliciano Muñoz Aguar.
Nació en agosto de 1927. Feliciano era el quinto de ocho hermanos. Su madre falleció cuando sólo tenía ocho años. Tres de sus hermanas murieron con temprana edad y su único hermano, el mayor de todos, Ildefonso, murió durante la guerra civil, en los inicios del asedio a su pueblo, Aguatón, en 1937. Durante la contienda vivió en Tornos.
Era el único varón que quedaba y estaba destinado a aprender a llevar la hacienda y a ayudar a su padre. Sus hermanas, Luisa, Rosalina y Concepción cuentan con risas que se llevaba un libro cuando su padre lo mandaba al campo a apacentar las ovejas y, cuando llegaba el calor y ellas volvían a casa con el perro, Feliciano se sentaba a leer y se olvidaba del mandato de su padre. Creen que nunca estuvo entre sus intereses dedicarse a trabajar en el campo.
De carácter independiente y ‘rebelde’, pronto aumentó su interés por los libros. Su padre, pensando en su formación cultural, decidió que fuera a un Colegio de frailes a Alagón (Zaragoza) pero a su padre no le hacía ninguna gracia que pudiera llegar a ser fraile. Decidió cambiarlo al Seminario Menor de Albarracín, cuando contaba nueve años. Su compañero y amigo Ángel Aguirre cuenta que se reían de él cuando llegó a Albarracín por el hábito que llevaba, diferente al que vestían ellos. El tío nos explicaba que en su adolescencia tuvo conciencia de hacer algo bueno, de cambiar su actitud rebelde por algo más constructivo y “dejar de hacer rabiar a todos”.
Continuó los estudios eclesiásticos en Barcelona, ordenándose allí mismo junto a 5 turolenses más el 31 de mayo de 1952 en el estadio de Montjuic con ocasión del Congreso Eucarístico. En la ceremonia estuvieron presentes su padre y su hermana mayor, Luisa. Una buena mujer, Teresa, le lavó la ropa en la ciudad condal mientras duraron sus estudios, según la costumbre de la época.
Ya sacerdote, se hizo socio de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, intrínsecamente unida a la prelatura del Opus Dei. Esto comporta algunas condiciones: amor a la diócesis y unión con todos los miembros del presbiterio diocesano; obediencia y veneración al propio obispo; piedad, estudio de la ciencia sagrada, celo por las almas y espíritu de sacrificio; esfuerzo en promover vocaciones y afán por cumplir con la máxima perfección los encargos ministeriales.
Su primer destino eclesiástico en Teruel fue Campos y Cirugeda, al que siguieron Argente, Alcaine y Puertomingalvo, acompañado por su hermana Concepción.
Cuando falleció su padre, en 1958, decidió irse de misiones. Cruzó el Atlántico con destino a los Andes peruanos, “con sus indios”, como decía él. Junto a 5 sacerdotes más se unió a una primera avanzadilla de 6 sacerdotes y el que fue su obispo -el médico y doctor en teología bilbaíno Ignacio Orbegozo- a la prelatura o diócesis de Yauyos, encomendada al Opus Dei. Su vecino era Jesusmari, el navarro de Pitillas. Anduvo por las provincias de Yauyos, Huarochirí y Cañete, desempeñando su ministerio en Langa, Yauyos, Eten y Urrunaga. Estaban en plena cordillera de los Andes, a más de 4.000 m de altura con una abrupta orografía y difíciles caminos.
Fueron años duros para toda la familia, que recibía largas cartas en papel transparente, el que se usaba para envíos por avión. Eran cartas “especiales”, que hablaban de un mundo muy lejano en aquel entonces. Sus sobrinos disfrutábamos de leer y contestar al tío, contándole nuestras pequeñas cosas. Feliciano vino en mayo de 1967 para reunirse de nuevo con su familia y amigos y conocer a sus tres sobrinos más pequeños (aún faltaba uno por llegar) así como para “llevarse” nuevos misioneros y recaudar fondos de Suiza y Alemania para sus proyectos en Perú.
Feliciano pasó una cuarta parte de su vida en Perú propiciando la creación de escuelas para niños, talleres para jóvenes, sobretodo de confección y artesanía, y dedicándose a su ministerio sacerdotal, acercando el cristianismo católico a aquellos lejanos lugares. Él siempre destacó la labor de las mujeres en aquellas tierras, que eran las verdaderas fuentes de riqueza y cohesión social; de los hombres destacaba individuos, nunca el colectivo. Los últimos 6 años los pasó al norte del país, en Chiclayo, en ciudad Eten, y su labor fue más bien de coordinar esfuerzos en la parroquia.
Volvió a Europa en mayo de 1977, con la salud un tanto mermada, con el objetivo de recaudar fondos, especialmente de Suiza a través de la Ligue Suisse de Femmes Catholiques y de Alemania (parece ser que con provecho), y en busca de un sacerdote que lo acompañase pero no logró su objetivo. No se vio con suficientes fuerzas para volver de nuevo a cruzar el charco y pasado el verano decidió quedarse en España.
Desde pequeño había sido muy friolero y después de su larga estancia en Perú más. Cuando hacía su cama siempre ponía el doble de ropa de la mitad hacia la cabecera, y era habitual verlo en verano con jersey entre personas con manga corta. Así que, cómo le temía al frío de Teruel, solicitó incorporarse a la diócesis de Valencia. Estuvo en Puçol, Riola, Castelló de Rugat, Gátova, y Quart y Benifairó de les Valls hasta su jubilación en 1995 que quedó adscrito a la parroquia de Ntra. Sra. del Remedio de Valencia, donde ha permanecido hasta su fallecimiento.
En 1990, Samuel Valero preparó el libro “Yauyos: una aventura en los Andes peruanos”. Sirvió para que Feliciano reviviera aquellos años e hiciera aportaciones con sus recuerdos. Podemos comprender como fue su viaje de destino (un capítulo lo narra con gran maestría) hacia Lima a mediados de 1958, su aclimatación a la gente y su trabajo. Nos encantó leer sobre el día mensual que Orbegozo dedicaba a su equipo, a la labor de hacer posible el estar juntos ellos que trabajaban tan alejados físicamente como intensamente unidos por la fe y por su misión, en medio de tanta grandeza natural por la escarpada orografía y los tres ríos que la limitaban, con dimensiones casi imposibles. Se reunían los del norte en Ricardo Palma, cerca de Lima, y los del sur en Yauyos, hacia la zona de Cañete. En las pág. 94 y 95 leemos una gran aventura de Feliciano un día que para llegar a la casa de encuentro tuvo que hacer su travesía de 15 horas: primero caminando y después en mula, pero al llegar al pueblo se enteró que el ómnibus no había podido circular por las lluvias del día anterior, y con sus alforjas al hombro siguió camino hasta llegar a 8 km de Lima y con un cambio de buses llegó a su destino. Cuando llegó a la reunión desde su casa en Langa a 75 km, extenuado pero feliz, Orbegozo le requiebra con este dialogo:
O.- ¡Flojonazo! Por unos quilómetros has renunciado a completar una caminata que ya tenías superada. ¡No tienes madera de deportista!
F.- Usted sabe que no la tengo – contestó Feliciano-. Y todos soltaron una carcajada.
Los sacerdotes tenían un compromiso: seguir en el Perú hasta que los relevaran sacerdotes peruanos. De aquellas sierras bajaron los que habían de ser los primeros sacerdotes católicos nacidos en la Prelatura. El 25 de junio de 1978 se vivió una fiesta muy grande en Cañete. Cuatro seminaristas recibieron el orden del presbiterado y tres el del diaconado. Eran los primeros sacerdotes formados en el Seminario Mayor de la Prelatura de Yauyos. Eran los primeros frutos de una labor que se había iniciado un año antes de que Feliciano llegara a Perú. Desde que volvió a España, el tío hacía una aportación económica cada año para contribuir al sustento y formación de aquellos seminaristas menores.
En el portal de Ciudad Eten http://ciudadeten.blogspot.com cuentan que Feliciano “se ganó la confianza de la juventud, concientizó a la gente en el fervor religioso y no se aprovechó de la gente; sacerdote sencillo, gestionó la renovación de la antigua iglesia con el aporte suizo”.
Por decisión personal quiso ser enterrado en Aguatón, en compañía de los suyos. A la misa funeral, presidida por el obispo de Teruel, acudieron una treintena de sacerdotes colegas de Teruel y de Valencia. La pequeña iglesia de Aguatón estaba totalmente llena de personas que quisieron dar el último adiós a un sacerdote y misionero ejemplar, bueno y tremendamente sencillo.
“Puedes llorar porque se ha ido
o puedes sonreír porque ha vivido;
puedes cerrar los ojos y rezar
para que vuelva o puedes abrirlos
y ver todo lo que ha dejado;
tu corazón puede estar vacío
porque no lo puedes ver
o puede estar lleno
del amor que compartisteis.
Puedes llorar, cerrar tu mente,
sentir el vacío o dar la espalda
o puedes hacer lo que a él le gustaría:
Sonreir, abrir los ojos, amar y seguir”.
(Popular escocés)
Tus sobrinos
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