sábado, marzo 24, 2012, 03:32 PM - Comentarios a las Lecturas
QUINTO DOMINGO DE CUARESMA (25 de marzo)1ª Lectura. Jeremías 31, 31-34. Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados.
La palabra más importante de este fragmento es “alianza, pacto, compromiso”. Jeremías habla de “alianza nueva”, no por los destinatarios (“la casa de Israel y la casa de Judá”), ni por el contenido (“mi ley”), sino porque ya no estará escrita en tablas de piedra sino en el corazón de las personas, y esto marcará una naturalidad mayor en su cumplimiento (los preceptos del Señor forman parte de la propia vida) y una mayor pertenencia y comunión entre Dios y su pueblo.
Salmo 50. Oh Dios, crea en mí un corazón puro.
La nueva realidad del hombre comienza a manifestarse con la transformación del corazón
2ª Lectura. Hebreos 5, 7-9. Cristo aprendió sufriendo a obedecer y se ha convertido en causa de salvación eterna.
La pasión del Señor está descrita en términos de “sacrificio”, de “entrega”; así llegó a la plenitud, a la “consumación”. Esta reflexión está dirigida a una comunidad que sufre para que encuentre fuerza y en el sacrificio de Cristo.
Evangelio. Juan 12, 20-33. Si el grano de trigo que cae en tierra muere, dará mucho fruto.
Ya estamos cerca de Pascua. La escena del evangelio tiene lugar después de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Unos griegos quieren “ver” al Señor, conocerle, tenerle cerca; con este deseo manifiestan la universalidad de la salvación y expresan el gran anhelo del corazón humano: “Queremos ver al Señor”, experimentar la nueva vida que el Señor puede realizar en nosotros.
Muchas veces, aun sin saberlo, buscamos a alguien que nos de fuerza y sentido en la vida. Este solamente puede ser Jesús. Encontrarse con el Señor es una experiencia única. El nos renueva el corazón y realiza en nosotros esa nueva alianza en la que su palabra forma parte de nosotros y está impresa en nuestra vida. En el Evangelio, Felipe y Andrés son los mediadores del encuentro, hacen presente la misión de la Iglesia y de los cristianos: llevar a Jesús, mostrar a Jesús. ¡Qué misión más grande, ser indicadores que facilitemos el encuentro con el Dios de la vida!
La respuesta del Señor a los que se acercan a él habla de “hora” y de “glorificación”. La hora de Jesús es la cruz, cuando muestre su gloria, porque es el momento de la máxima expresión de amor; entonces el grano de trigo caerá en tierra para morir y dar fruto; es la experiencia del mayor olvido de nosotros mismos y de la mayor entrega.
El crucificado manifiesta toda su gloria y grandeza; se abajó para identificarse con el ser humano en la situación de mayor humillación y miseria y en su exaltación nos elevó junto al Padre colmando nuestros más profundos anhelos de vida e inmortalidad. No hay cosecha sin siembra, no hay triunfo sin combate, no hay resurrección sin muerte.
Esto se hace con gran sacrificio y renuncia, compartiendo todo el sufrimiento del hombre: “Padre, líbrame de esta hora”. En este momento, como en el huerto de los olivos, Jesús se muestra cercano a todo ser humano que vive el miedo, la debilidad, el cansancio. La fidelidad conlleva sufrimiento, “Cristo aprendió sufriendo a obedecer”, nos dice el autor de la carta a los hebreos. Cristo está cerca de nosotros en todas las pruebas y crisis de la vida y encontramos en él toda la fuerza que necesitamos para mantenernos fieles. Dios, profundamente comprensivo con nuestras debilidades, nos acompaña en todas las “noches oscuras”.
Se acerca la Pascua. El Hijo del Hombre será “elevado”; pondremos en él nuestras miradas, será glorificado por el Padre, traerá la cosecha de la Vida en plenitud.
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