jueves, mayo 27, 2010, 01:06 PM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO DE LA SANTISIMA TRINIDAD1ª Lectura: Proverbios 8, 22-31: A su lado estaba yo, como confidente.
Salmo 8, 4-9: ¡Señor, Dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
2ª Lectura: Romanos 5, 1-5: Al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones.
Evangelio: Juan 16, 12-15: El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad completa.
Concluida la Pascua, después de celebrar paso a paso cada uno de los grandes momentos de nuestra salvación, la Iglesia quiere que contemplemos el misterio total de Dios: la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre lo hizo todo por el Hijo en el Espíritu Santo. “Así en la Iglesia se predica un solo Dios que existe “sobre todo” como Padre, principio y fuente; “por todo” mediante el Hijo; “en todo” en el Espíritu Santo” (de las cartas de San Atanasio Ob.).
Dios es misterio, porque su grandeza es inabarcable y su amor, que es su gran motivación, incomprensible.
Dios es misterio, porque estaba oculto y se ha manifestado; nosotros, desde la razón, podríamos haber llegado a intuir su existencia, pero el que fuera comunión de personas y que tuviese esta necesidad de “abrirse” por amor para dar vida, nos lo ha tenido que revelar Jesucristo y hemos necesitado la luz interior del Espíritu para comprenderlo.
En la historia de la salvación hemos contemplado tres grandes acciones en las que Dios ha tenido tres actuaciones personales radicalmente distintas:
- La creación, donde le hemos visto como Padre, origen, fuente de vida, con esa gran generosidad y abundancia, para que a ningún hijo le falte nada; con la poesía, de que todo tiene una gran belleza , un gran esplendor, para que el ser humano tenga una vida digna y feliz.
Los cristianos siempre hemos tenido la misión de trabajar, cuidar y acrecentar los bienes de la creación, porque son de Dios y para todos. El respeto a la naturaleza y la sostenibilidad de la creación siempre ha sido responsabilidad y tarea del cristiano.
-En la Redención le hemos visto en nuestro mundo, con un rostro, próximo, fraterno, comprometido: el Hijo, Jesús de Nazaret. Su palabra para explicitar sus obras, y su vida, su entrega, haciendo suya la causa de los hombres, de todo hombre y de cada hombre, mas allá de raza, credo, sexo…Nunca, como en Cristo, ha sido elevada y dignificada la condición humana. Con su vida entregada, con su muerte y resurrección, hay posibilidad de salvación para el hombre. Cristo es el “Redentor del hombre” (Juan Pablo II). Todo cristiano, con Cristo y desde Cristo, está comprometido en la causa de todo ser humano: pobreza, hambre, incultura, atentados contra la vida y la dignidad de la persona…nada que atente contra las personas es ajeno al cristiano. Después de Cristo, ni se puede pasar de largo, ni mirar a otra parte, ante el “hermano caído solo y desamparado”.
-El Espíritu Santo nos consagra desde nuestro bautismo y quiere transformarnos en Cristo, hacer que nuestra vida, en su totalidad, esté a la “medida de Cristo”, como dice Pablo. El Espíritu nos hace capaces de ser como Cristo en la generosidad, en la autenticidad, en la fortaleza, en el sacrificio. Nos hace “comprender y llegar a la verdad plena” que son los contenidos de la fe. El Espíritu se siente, porque da alegría y paz; se nota, porque facilita el diálogo, el entendimiento y hace posible la comunión desde la riqueza de las diferencias.
Toda nuestra vida está inmersa en la presencia de la Trinidad. “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…” “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amen”.
Nos dejamos abrazar por el misterio total de Dios.
Vivimos inmersos en su presencia.
Reconocemos su grandeza, la de su amor infinito, la vida sobrenatural que nos regala, el destino al que nos llama, la misión que nos encomienda.
La entrega del cristiano prolonga la apertura eterna de Dios al hombre.
En la oración, nos dirigimos al Padre, por Cristo, en el Espíritu. Los mejores brazos, el más eficaz mediador, la sabiduría más veraz.
En la Trinidad no hay nada teórico. Es Dios mismo, manifestado como amor desbordante, que transforma, hace feliz y compromete. Amén.
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