Blog del párroco
SOLEMNIDAD DEL SANTISIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO 
lunes, mayo 31, 2010, 03:16 PM - Comentarios a las Lecturas
SOLEMNIDAD DEL SANTISIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

1ª Lectura: Génesis 14, 18-20: Melquisedec le ofreció pan y vino.
Salmo 109: Tú eres sacerdote para siempre
2ª Lectura: 1ª Corintios 11, 23-26: Haced esto en memoria mía
Evangelio: Lucas 9, 11-17: Dadles vosotros de comer.

El gran tesoro de la Iglesia es la Eucaristía: Jesús está realmente presente en su cuerpo, alma y divinidad; el mismo Señor también está presente en la comunidad cristiana, que es su Cuerpo.
Jesús nos encargó que celebráramos la Eucaristía en memoria suya, de su vida entregada, de su muerte y resurrección, presente en el pan que se parte y comparte, en el vino que se derrama en una comida de hermanos.
Este sacramento nos llena de la gracia de la comunión con Él, expresa a la Iglesia y quiere construir la comunión con todos sus miembros; también es prenda de la gloria futura, porque nos adelanta el estado en el que viviremos con El en el cielo.

La primera lectura, después de hablarnos de una victoria de Abraham, nos presenta a Melquisedec, personaje enigmático, sacerdote del Dios Altísimo, rey de justicia y de paz, que ya ofrece pan y vino.
El salmo expresa la esperanza en la llegada de un rey mesías consagrado a Dios.
En la segunda lectura Pablo recuerda una tradición fielmente guardada y enseñada, el memorial de la última cena, el banquete de despedida que organizó y presidió el Señor y que cambió el contenido de la tradicional cena pascual y adelantó su paso de este mundo al Padre. La iglesia, ininterrumpidamente lo ha celebrado.
El Evangelio, con el pasaje de los panes y de los peces repartidos a la multitud, subraya el compromiso que adquirimos cada vez que la celebramos. El mismo que nos dijo “haced esto en memoria mía” nos dijo también “dadles vosotros de comer”.

Los apóstoles propusieron a Jesús que despidiera a la gente, porque eran muchos y estaban en despoblado y, por tanto, necesitaban alojamiento y comida. La contrapropuesta de Jesús sigue resonando en la misión de la Iglesia y en el compromiso de los cristianos:”dadles vosotros de comer”.

En el pasaje evangélico vemos tres acciones que realiza Jesús a favor de la multitud: enseña, cura y da de comer, manifiestan su preocupación por toda la persona. Y cómo lo hace: después de orar, los bendice, los parte y los reparte; no se habla de ninguna multiplicación espectacular sino de un gesto sencillo de compartir en el que implica a los discípulos.
La colaboración que pide consiste en que aporten lo que tienen y lo que son, y en que los sirvan (los sientan, les distribuyan los panes y los peces…) y recojan lo sobrante para que no se pierda nada, porque los bienes son de Dios y siempre quedarán hermanos a quienes dar que comer.

Jesús es el verdadero pan, el que sacia todos los anhelos de la existencia humana.
Acogerlo a El, es vivir una vida entregada como la suya.
Comulgar con él, es dejar que nos transforme en él mismo.
La peor traición a Cristo Eucaristía es reducirlo a ritual aparatoso vacío de caridad comprometida.
“Es mi cuerpo que se entrega…”, “dadles vosotros de comer”…,”si yo vuestro Maestro y Señor os he lavado los pies…lavaos los pies unos a otros”, “deja tu ofrenda…y reconcíliate primero con tu hermano”, “perdónalos porque no saben…”.
La Eucaristía es el grito eterno de Dios, el de la cruz, que sigue reclamando caridad, justicia y misericordia para los pobres.
Juan Pablo II, en su documento sobre la Eucaristía dijo “la Iglesia vive de la Eucaristía”. Vivir de la Eucaristía, vivir la Eucaristía.
Nosotros cuando la celebramos, acudimos a Jesucristo, quien nos convoca, invita, sirve y se nos da, para que nos transforme en El, nos haga capaces de amar, nos ayude a reconocernos como hermanos y a sentirnos pobres alimentados por El, pan de vida.
Acudimos a El a reclinar nuestra cabeza cansada en su pecho, a que ilumine nuestros ojos con su luz llena de esperanza, a que sane nuestro corazón de las durezas e ingratitudes de la vida y nos haga capaces de amar.

En la procesión de Corpus paseamos y exponemos la belleza de Jesucristo, con su amor entregado, con su presencia eficaz y discreta en el pan, con su defensa en favor de los que tienen algún tipo de hambre que les impide vivir con toda la dignidad que tiene el ser humano, hijo de Dios.

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DOMINGO DE LA SANTISIMA TRINIDAD 
jueves, mayo 27, 2010, 01:06 PM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO DE LA SANTISIMA TRINIDAD

1ª Lectura: Proverbios 8, 22-31: A su lado estaba yo, como confidente.
Salmo 8, 4-9: ¡Señor, Dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
2ª Lectura: Romanos 5, 1-5: Al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones.
Evangelio: Juan 16, 12-15: El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad completa.

Concluida la Pascua, después de celebrar paso a paso cada uno de los grandes momentos de nuestra salvación, la Iglesia quiere que contemplemos el misterio total de Dios: la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre lo hizo todo por el Hijo en el Espíritu Santo. “Así en la Iglesia se predica un solo Dios que existe “sobre todo” como Padre, principio y fuente; “por todo” mediante el Hijo; “en todo” en el Espíritu Santo” (de las cartas de San Atanasio Ob.).

Dios es misterio, porque su grandeza es inabarcable y su amor, que es su gran motivación, incomprensible.
Dios es misterio, porque estaba oculto y se ha manifestado; nosotros, desde la razón, podríamos haber llegado a intuir su existencia, pero el que fuera comunión de personas y que tuviese esta necesidad de “abrirse” por amor para dar vida, nos lo ha tenido que revelar Jesucristo y hemos necesitado la luz interior del Espíritu para comprenderlo.

En la historia de la salvación hemos contemplado tres grandes acciones en las que Dios ha tenido tres actuaciones personales radicalmente distintas:
- La creación, donde le hemos visto como Padre, origen, fuente de vida, con esa gran generosidad y abundancia, para que a ningún hijo le falte nada; con la poesía, de que todo tiene una gran belleza , un gran esplendor, para que el ser humano tenga una vida digna y feliz.
Los cristianos siempre hemos tenido la misión de trabajar, cuidar y acrecentar los bienes de la creación, porque son de Dios y para todos. El respeto a la naturaleza y la sostenibilidad de la creación siempre ha sido responsabilidad y tarea del cristiano.
-En la Redención le hemos visto en nuestro mundo, con un rostro, próximo, fraterno, comprometido: el Hijo, Jesús de Nazaret. Su palabra para explicitar sus obras, y su vida, su entrega, haciendo suya la causa de los hombres, de todo hombre y de cada hombre, mas allá de raza, credo, sexo…Nunca, como en Cristo, ha sido elevada y dignificada la condición humana. Con su vida entregada, con su muerte y resurrección, hay posibilidad de salvación para el hombre. Cristo es el “Redentor del hombre” (Juan Pablo II). Todo cristiano, con Cristo y desde Cristo, está comprometido en la causa de todo ser humano: pobreza, hambre, incultura, atentados contra la vida y la dignidad de la persona…nada que atente contra las personas es ajeno al cristiano. Después de Cristo, ni se puede pasar de largo, ni mirar a otra parte, ante el “hermano caído solo y desamparado”.
-El Espíritu Santo nos consagra desde nuestro bautismo y quiere transformarnos en Cristo, hacer que nuestra vida, en su totalidad, esté a la “medida de Cristo”, como dice Pablo. El Espíritu nos hace capaces de ser como Cristo en la generosidad, en la autenticidad, en la fortaleza, en el sacrificio. Nos hace “comprender y llegar a la verdad plena” que son los contenidos de la fe. El Espíritu se siente, porque da alegría y paz; se nota, porque facilita el diálogo, el entendimiento y hace posible la comunión desde la riqueza de las diferencias.

Toda nuestra vida está inmersa en la presencia de la Trinidad. “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…” “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amen”.
Nos dejamos abrazar por el misterio total de Dios.
Vivimos inmersos en su presencia.
Reconocemos su grandeza, la de su amor infinito, la vida sobrenatural que nos regala, el destino al que nos llama, la misión que nos encomienda.
La entrega del cristiano prolonga la apertura eterna de Dios al hombre.

En la oración, nos dirigimos al Padre, por Cristo, en el Espíritu. Los mejores brazos, el más eficaz mediador, la sabiduría más veraz.
En la Trinidad no hay nada teórico. Es Dios mismo, manifestado como amor desbordante, que transforma, hace feliz y compromete. Amén.

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DOMINGO DE PENTECOSTES 
viernes, mayo 21, 2010, 04:00 PM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO DE PENTECOSTES
1ª Lectura: Hechos 2, 1-11: Todos quedaron llenos del Espíritu Santo
Salmo 103: Envías tu Espíritu, los creas y renuevas la faz de la tierra.
2ª Lectura: 1ª Corintios 12, 3-7. 12-13: En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.
Evangelio: Juan 20, 19-23: Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”.

Pentecostés marca la hora de la Iglesia, el comienzo de su vida y de su misión.

Jesús, antes de marcharse, dijo a los apóstoles que no les dejaría solos, que les enviaría el Espíritu Santo. El les conduciría a la verdad plena para que lo vieran todo desde la sabiduría de Dios. El les daría fuerza para cumplir la misión encomendada, y valor, para ser sus testigos hasta en los momentos más difíciles. El les aumentaría la capacidad para comprender la Palabra y, así, servir mejor a los hermanos. El les procuraría una caridad más eficaz y afectuosa, para que pusiesen mas empeño en cuidar la fe y la vida cristiana.

El Espíritu Santo cambió sus vidas, les transformó, les hizo unos hombres nuevos. Fueron recreados desde la misma vida de Dios. Con esta fuerza, les envió Jesucristo a continuar su misión de transformar a las personas y la realidad en la que viven, según el proyecto de Dios.

Nosotros hemos recibido y recibimos el Espíritu Santo en muchas ocasiones. En nuestro bautismo fuimos ungidos y hechos miembros de un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes, o sea, de un pueblo capaz de ofrecer su vida, de entregarla, de hacerla eucaristía con Cristo; de ser testigos de la verdad, superando mentiras, disimulos, oportunismos convenientes; de ser conductores de nuestra propia vida, señores, con la ayuda de la gracia, plantando cara a las tentaciones y malas inclinaciones. También lo recibimos en la Confirmación, como don sobrenatural que nos capacita para defender y difundir la fe. En cada Eucaristía, que al transformar el pan y el vino en Cristo vivo y resucitado que se entrega, quiere transformarnos a nosotros y convertirnos en Cristo y, mas allá de nuestras diferencias, a cada comunidad de cristianos, en una comunidad de hermanos. La presencia del Espíritu se puede notar.

El Espíritu es el alma de la Iglesia: “Envías tu Espíritu y los creas, y repueblas la faz de la tierra”.
El Espíritu se nos da en semilla, con capacidad de crecer mucho. Hay que valorarlo, agradecerlo, acrecentarlo, para que este don, cree firmes virtudes y favorezca la aparición de muchos carismas que nos ayuden a crecer en santidad y nos capaciten para servir mejor a los hermanos.

La presencia del Espíritu Santo está en las almas que están en gracia de Dios. En quienes tienen una visión sobrenatural de todo, por encima del propio interés; en quienes tienen el corazón lleno de paz por la confianza que ponen en el Señor, y la trasmiten y la construyen. En los que viven y testimonian su fe con sencillez y normalidad en todos los ambientes, sin falsos respetos humanos.
El Espíritu está presente cuando hay diálogo respetuoso, comunión a pesar de la diversidad de opiniones, alegría y paz.

El Señor sigue enviando su Espíritu para renovar la faz de la tierra, para renovarnos a su imagen y, así, tengamos su misma vida.

Pentecostés nos recuerda que no estamos solos y que todo no depende solo de nosotros.
Pentecostés hace que veamos a la Iglesia no como una sociedad de hombres con fines e intereses humanos, sino como una comunidad de hermanos, como el cuerpo de Cristo, como al Pueblo de Dios.

El día de Pentecostés la Iglesia celebra la jornada de todos los Movimientos laicales, el día de la Acción Católica, de todos los movimientos de apostolado seglar. Todos los laicos nos sentimos enviados en nuestra tarea por Jesucristo, con una fuerza mayor y distinta que nuestra capacidad personal, el Espíritu Santo y nunca estamos solos en la misión, porque lo hacemos en la Iglesia y con la Iglesia.



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SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR 
sábado, mayo 15, 2010, 09:10 AM - Comentarios a las Lecturas
SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION
1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 1, 1-11. Se elevó a la vista de ellos
Salmo 46: Dios asciende entre aclamaciones,
el Señor, al son de trompetas
2ª Lectura: Efesios 1, 17-23: Lo sentó a su derecha en el cielo
Evangelio: Lucas 24, 46-53. Mientras los bendecía, iba subiendo al cielo.

La fiesta de la Ascensión del Señor expresa la plenitud de la resurrección: Jesucristo goza ya, terminado el tiempo de su pasión y muerte, de la plenitud de la vida junto al Padre.
En el credo confesamos: “subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre”.
La Ascensión es la última de las apariciones y marca el final de la misión de Jesús en el mundo y el preámbulo de la misión de la Iglesia que se iniciará plenamente el día de Pentecostés con la venida del Espíritu Santo.

En la primera lectura se presenta la Ascensión como la culminación de la obra salvadora de Jesucristo: ha hecho bien, todo lo que le encomendó el Padre, hasta el final. Con su Ascensión vuelve al Padre donde estaba antes, entra en la gloria definitiva; esta es la condición de la venida del Espíritu Santo. Es el triunfo universal de Jesucristo.

El salmo expresa una gran victoria, la de Cristo, después de tanto sufrimiento, rechazo y aparente fracaso. Y con la victoria de Cristo, la de todos los que le seguimos.

La segunda lectura habla del poder del Padre, que resucita a Jesucristo y lo coloca como cabeza de la Iglesia y señor de toda la creación.

En el evangelio Cristo invita a sus apóstoles a que sean testigos y anunciadores del evangelio hasta el último confín de la tierra.

Esta fiesta entraña para nosotros una gran alegría ya que expresa y celebra la dignidad y el triunfo de Jesucristo: sentado a la derecha del Padre.

Cuando se reconocen los méritos, el trabajo, las cualidades, de algún ser querido que se ha esforzado mucho y que, por fin es valorado, tenemos una gran alegría, y pensamos que todo sacrificio ha valido la pena.
La Ascensión, Cristo sentado en la gloria junto al Padre, es el reconocimiento de su victoria, de su divinidad.
¡Cuanto necesitamos un reconocimiento así para que no decaiga nuestra fe, para que contemplando la meta quede iluminado el camino!. El prefacio 1º de la Ascensión dice que “no se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino”.
Esta fiesta, también insiste, como nos recuerda el prefacio 2ª que “fue elevado al cielo para hacernos compartir su divinidad”. Realidad y destino del cristiano.
La vida de fe supone para nosotros una transformación permanente para que nuestra vida corresponda y exprese nuestra condición: el Señor ha conquistado para nosotros el poder llevar una vida como la suya, y, además de todos los medios ya recibidos, tendremos la fuerza misma de su Espíritu.

Mirar al cielo, para que no nos embrutezca el tener solo motivaciones humanas, que nos cerrarían en nosotros, y nos oscurecerían la meta; pero con los pies en la tierra, para evitar espiritualismos fofos y vidas sin ninguna fecundidad cristiana, vacías personal, familiar y socialmente.

Mientras vivimos en este mundo, con la lucidez que nos da la vida de oración y la fuerza y el discernimiento del Espíritu Santo, hemos de transformar este mundo según el proyecto de Dios: con mas respeto a las personas, sin tanta codicia que ciega y genera injusticia y violencia, con mas fraternidad.
La vida cristiana entraña un gran gozo de sentirnos, hijos de Dios y una misión continua de servir para transformar la realidad, con nuestros medios y la ayuda de la gracia. Esto le da sentido y profundidad a la vida.

En el testimonio, no vamos por libre, somos comunidad, y la comunidad nos sostiene y fortalece.

Que el Señor nos de su fuerza para vivir, para trabajar, para sufrir y para esperar sabiendo que El, nuestro compañero de camino, nos espera también en la meta, para compartir con nosotros su victoria.

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Ntra. Sra. de los Desamparados.Patrona de la ciudad y de la Comunidad Valenciana. Sábado anterior al segundo domingo de mayo 
sábado, mayo 8, 2010, 08:44 PM - Comentarios a las Lecturas
NTRA. SRA DE LOS DESAMPARADOS
Patrona principal de la ciudad y de toda la Comunidad valenciana
Sábado anterior al segundo domingo de mayo

1ª Lectura: Apocalipsis 21, 1-5ª.Vi la nueva Jerusalén arreglada como una novia que se adorna para su esposo.
Salmo: Judit 13, 18-19. Tu eres el orgullo de nuestro pueblo
2ª Lectura: Romanos 12, 9-13. Que vuestra caridad no sea una farsa, aborreced lo malo y apegaos a lo bueno
Evangelio: Juan 19, 25-27. Ahí tienes a tu hijo…ahí tienes a tu madre

“Alégrense todos los que en ti confían, Virgen María y en ti se regocijen los que aman tu nombre”
Con estas palabras del salmo 5, 12 comienza la liturgia de la solemnidad de la Virgen Madre de los Desamparados, título entrañable, con el que los valencianos llamamos a la Mare de Deu.

Todas las celebraciones de la fiesta de la Virgen de los Desamparados son una eclosión de amor, gratitud, devoción a la Virgen: Ella es el orgullo de nuestro pueblo.
La imagen de la Virgen “arreglada como una novia que se adorna para el esposo”, su camarín, la basílica, todo es expresión del cariño de un pueblo.
Al mismo tiempo, tanta hermosura, es icono del cielo nuevo y de la tierra nueva , presencia cercana de la morada de Dios entre nosotros.

En la fiesta de la Virgen celebramos a la Madre.
En la gran hora de Cristo, antes de entregar su espíritu y pasar de este mundo al Padre, como último regalo, nos la dio como Madre.
A María le pidió que iniciara una nueva maternidad perpetua y universal: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
A nosotros nos dijo que para llegar a él, teníamos que sentirnos hijos de su Madre:”Hijo, ahí tienes a tu Madre”. Desde aquella hora, para ser cristianos necesitamos vivir y formarnos en el hogar y en la escuela de María.

Ella es la Mujer fuerte que pisa la cabeza de la serpiente en el libro del Génesis y que está de pie junto a la cruz de su hijo.
Ella es la Madre entregada que defiende al Hijo de ser devorado en el Apocalipsis, que cuida y protege a Jesús desde su nacimiento y que lo continúa haciendo con nosotros desde el cielo.
Ella es la discípula, que, como dice el prefacio de la misa de hoy, se nos propone como “modelo de fidelidad a la palabra y se nos ofrece como amparo en nuestro desvalimiento y estímulo constante para nuestra caridad”.
¡Qué gran Madre y qué gran Maestra! Junto a ella aprendemos a luchar con energía contra el mal y a tener compasión y misericordia con todas las personas; a estar junto al débil, al que sufre, al más pequeño; a afrontar con fortaleza y perseverancia las dificultades; a escuchar y a responder a lo que Dios nos pide para crecer en la fe; a acrecentar nuestro amor a Jesucristo, a la Iglesia, a los hermanos. Ella es estímulo constante para nuestra caridad.

San Pablo en la segunda lectura nos exhorta a que nuestra caridad sea verdad, no promesas ni voluntarismos fáciles; que con energía, aborrezcamos lo malo y nos apeguemos a lo bueno; que en nuestro trato, seamos cariñosos unos con otros, tendiendo al heroísmo de “estimar a los demás mas que a uno mismo”; que cuidemos las virtudes mas pequeñas y en nuestra actividad seamos serviciales, ordenados, atentos, justos; a que seamos acogedores.

¡Que hermosa es la vida cristiana y cuánto nos puede hacer crecer parecernos a la Madre!

Nosotros necesitamos de su amparo y ella requiere de nuestra caridad y solicitud personal para, con nosotros, seguir llegando, a muchos hijos suyos y hermanos nuestros.

Que ella nos siga amparando, y sobre todo, nos siga dando a Jesucristo, fruto bendito de su vientre.

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