sábado, mayo 21, 2011, 11:21 AM -
Comentarios a las Lecturas
QUINTO DOMINGO DE PASCUA (22 de mayo)
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 6, 1-7. Escogieron a siete hombres llenos de Espíritu Santo.
Salmo 32. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti.
Segunda lectura: Primera carta de San Pedro 2, 4-9. Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real.
Evangelio: Juan 14, 1-12. Yo soy el camino, y la verdad y la vida.
Ya estamos en el quinto domingo de Pascua y la Palabra de Dios nos pone en contacto con Jesús y con la Iglesia en sus comienzos, que ya va configurándose como una Iglesia de servicios, como el pueblo sacerdotal de Dios.
El Evangelio, Juan 14, lo hemos escuchado muchas veces en celebraciones de despedida de cristianos, en funerales, porque el Señor nos consuela, nos serena y nos recuerda que El está a la otra parte de esta vida, y que, cuando esta vida nos queda insuficiente, incluso cuando en este mundo no tenemos sitio, El nos lo ha preparado en la casa de su Padre. ¡Cuánta paz y cuanta esperanza!
En el Evangelio, el Señor nos recuerda que su muerte no ha sido un fracaso (esto se escribe a la luz de la resurrección), sino que es su vuelta a la casa del Padre, que allí está su sitio y el nuestro. Como otras muchas veces en el cuarto evangelio, vemos que los apóstoles le entendieron de manera literal: “Señor, no sabemos dónde vas, cómo podemos saber el camino”, y el Señor le respondió: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, tres palabras esenciales en la vida de todo hombre.
El Papa, en la jornada mundial de la juventud en Santiago de Compostela, comentaba a los jóvenes que la vida es un camino que hay que recorrer y que quien pierde el sendero se pierde a sí mismo; las personas elegimos otros caminos para ir por la vida como podemos, y muchos terminan en grandes fracasos de todo tipo, porque no conducen hacia ninguna parte. Jesús es camino de ida y vuelta: vino del Padre, nos ha trazado la senda para vivir, ser felices, hacer el bien, con su Evangelio, con su Persona, con su manera de vivir, y ha vuelto al Padre dejándonos abierto el camino para que también nosotros lo recorramos. Nosotros, caminantes por la vida, sabemos que sí que hay camino, y que ese Camino es Jesucristo. Ser cristiano supone una manera de vivir y de entender la vida.
Jesús es la Verdad. A Pilatos no le respondió porque Él era la respuesta. Podemos hablar de verdades, a nivel intelectual, separándolas de la coherencia de la vida, o de verdades a medias, o de afirmaciones “correctas y oportunas”…Jesús revela al hombre su realidad más total y su destino. Cristo, todo El y todo en El, es la verdad del hombre y de la condición humana. La gran desgracia de vivir en la mentira no es solo el engaño y la manipulación que causas a los demás, sino que terminas perdiéndote a ti mismo por la deformación en la que se vive de la propia realidad.
Jesús es la Vida, en Él está la vida. Si nuestra vida no es auténtica ¿qué somos, qué queda de nosotros? “En El estaba la Vida…”ya nos indica Juan en el prólogo de su Evangelio. El es imagen del Padre, quien quiera conocerle, que le contemple a Él. El cristiano, desde la vida auténtica en Cristo, la experimente, la proclama, la procura y la defiende.
La primera lectura nos habla de la Iglesia, de la elección de los diáconos, para que se puedan atender todos los servicios de la comunidad: la oración, la evangelización y el ejercicio de la caridad. Entonces, el problema de llegar a todo, lo tenían los apóstoles porque “eran muchos los que se incorporaban” a la comunidad cristiana. Ahora el problema lo tenemos los sacerdotes porque somos pocos y mayores, por la crisis de vocaciones el ministerio. Hoy necesitamos muchos cristianos, dispuestos y preparados, para compartir la misión de evangelizar y llegar a las muchas tareas que se presentan como consecuencia del ejercicio de la caridad; y también, que nos acompañen en la oración y participen, para que tengan un carácter más comunitario, en las celebraciones litúrgicas.
San Pedro nos habla del “pueblo sacerdotal”, haciendo referencia al sacerdocio común de los fieles, vuelto a hacer presente en la Iglesia por el concilio Vaticano II. En la celebración bautismal, cuando somos crismados, se nos dice que formamos parte de un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes, porque podemos ofrecer nuestra vida y actividad y hacer presente la verdad que es Jesucristo, con nuestra palabra y vida.
El único sacerdote es Jesucristo; el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles, en diferente grado, hacen presente a Cristo en la sociedad, a la que hay que servir y transformar desde el proyecto de Dios.
Agradezcamos la dignidad recibida por nuestra condición de bautizados, y hagamos presente a Jesucristo con la autenticidad y el compromiso de nuestra vida.