jueves, junio 23, 2011, 11:46 AM - Comentarios a las Lecturas
SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI (26 de junio)1ª Lectura. Deuteronomio 8, 2ss. Te alimentó con el maná que tú no conocías ni conocían tus padres.
Salmo 147. Glorifica al Señor, Jerusalén.
2ª Lectura. 1ª Corintios 10, 16-17. El pan es uno, así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo.
Evangelio. Juan 6, 51-59. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
La Eucaristía es el don que nos hace Jesucristo de sí mismo, se nos da en su cuerpo, alma y divinidad, y nos revela el amor infinito de Dios Padre a cada uno de nosotros. Es el gran tesoro de la Iglesia, Cristo, fuente de vida y el motivo de la fe.
Jesús da gracias al Padre,(la eucaristía es acción de gracias), y nos dice “esto es mi cuerpo, esta es mi sangre… que se entrega por vosotros”. “Mi cuerpo es verdadera comida, mi sangre verdadera bebida…”. “El que me coma vivirá por mí…el que coma de este pan vivirá para siempre”. “Haced esto en memoria mía”.
Tenemos a Cristo, tenemos su vida. Con él tenemos la prenda de la gloria futura, del cielo. El es el alimento que nos permite recorrer el largo éxodo que es la vida, porque nos da fortaleza y nos libra del mal.
En la comunión nosotros recibimos al Señor y él nos recibe a nosotros. El nos entrega su vida y nosotros le entregamos la nuestra, si, le entregamos la nuestra, para que se realice el milagro de transformarnos en él. Como el pan se transforma en Cristo, también el cristiano tiene que transformarse en Cristo.
La Eucaristía es sacramento y signo de unidad: comemos el mismo pan, formamos el mismo cuerpo: La Eucaristía expresa y construya a la Iglesia y a cada comunidad que la celebra. Desde la insolidaridad, la división y confrontación, desde la indiferencia…se hace imposible su celebración. Nos hace uno con Cristo, y en Cristo nos sentimos hermanos.
La Eucaristía se celebra desde la fe, la expresa y la acrecienta. Como Tomás decimos: “Señor mío y Dios mío”; y como el centurión, desde la humildad, le decimos al Señor: “no soy digno de que entres en mi casa”. El Señor, como a Zaqueo nos dice: “baja, que quiero hospedarme en tu casa” y nos urge en el Apocalipsis “estoy a la puerta y llamo”. Acoger al Señor con humildad, con gratitud, con generosidad, con espíritu fraterno. Así, renovamos nuestra fe y anunciamos y proclamamos la muerte y la resurrección del Señor, “hasta que vuelva”.
La sencillez de los signos nos permite contemplar la grandeza de Dios: pan de los pobres, para llegar a todos, subrayando la necesidad que todos tenemos de él.
San Juan Crisóstomo nos recuerda que el mismo que nos dijo “esto es mi cuerpo”, nos dijo también “tuve hambre y me disteis de comer…y todo lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis”. La Eucaristía nos urge a la caridad y a la evangelización. Hay que servir a los pobres y hay que llevar a Jesucristo y su mensaje de amor y de vida a los pobres. La Eucaristía es el grito de Dios en defensa de los que tienen hambre, de los que se sienten marginados y excluidos.
La fiesta de Corpus nació para reafirmar abiertamente la fe del pueblo cristiano en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. El Señor nos sigue amando desde el sagrario, donde está disponible para fortalecer y alimentar a los enfermos, y como confidente en nuestra oración personal; donde puede ser adorado y reconocido en su presencia permanente entre nosotros, donde nos sigue amando hasta el extremo.
Las custodias en forma de sol nos recuerdan quien es la fuente de la luz y de la vida; las procesiones, que Jesús camina junto a nosotros, como caminó por Galilea, curando, acogiendo, cambiándonos el corazón. El Señor quiere recorrer todas nuestras calles, ser visto por todas las personas y llegar al corazón de todos. El jueves santo le contemplamos en el cenáculo, en plan más íntimo entre los apóstoles; hoy es aclamado: flores, música, incienso, ornamentos…adorado en su grandeza, para ser reconocido, afirmado en su presencia real, expresión infinita de amor, queriendo llegar a todos.
El cristiano debe superar el vivir la eucaristía como una “devoción particular mas”, como “una norma o precepto”, como una “costumbre piadosa” o “como una rutina” y, menos aún, como algo separado por completo del compromiso de la vida y del ejercicio de la caridad. Si los que no creen contemplaran nuestras celebraciones de la eucaristía ¿Qué pensarían que estamos haciendo?
Necesitamos cuidar la preparación personal de la eucaristía y no llegar tarde; cuidar el ambiente de oración, silencio y recogimiento en el templo, para favorecer la oración de los demás. Mejorar nuestra formación personal, sobre la eucaristía y los sacramentos, para conocer toda su riqueza y poderlos vivir más (a menudo pensamos que ya no tenemos que aprender más, porque estamos muy formados y lo sabemos todo). Incrementar nuestra oración personal en el sagrario, a menudo tan solitarios, y procurar la asistencia a la eucaristía en días laborables y la visita al Santísimo (los jueves siempre han tenido una especial significación eucarística al recordar la institución, el primer jueves santo).
Especial mención requiere el no banalizar el hecho de la comunión eucarística. La confesión frecuente, para evitar vivir en pecado mortal y estar en las mejores condiciones de recibir la comunión, es necesaria. Ahora, por desgracia, el que se asista a la eucaristía con mucha frecuencia, como si se tratara de un acto social (bodas, funerales, misas por difuntos, primeras comuniones, confirmaciones…) hace que mucha gente acceda sin saber a qué va, y eso se nota, hasta en la forma material de pedir la comunión. Requiere otro capítulo, quienes se encuentran en una situación irregular, por matrimonio civil, y también acceden. (Hay que valorar la disciplina y las indicaciones de la Iglesia, que no juzga sobre conciencias, pero regula sobre normas externas). Se puede asistir a la santa misa sin participar en la comunión sacramental, haciendo una comunión espiritual. La Iglesia siempre nos ha recordado, que para participar en la comunión sacramental eran necesarias tres cosas: estar en gracia de Dios (nos lo facilita la confesión sacramental), saber a quién recibimos (nos recuerda la necesidad de acceder desde la fe y la formación adecuada) y guardar el ayuno eucarístico (ahora se trata de no tomar alimentos ni bebidas alcohólicas desde una hora antes). También debemos cuidar la decencia y el decoro en el vestir, para entrar en una iglesia, participar en una eucaristía y acceder a la comunión. Aunque resulte desagradable y molesto recordar estas cosas, es una responsabilidad grave que tenemos los sacerdotes, ya que la palabra de Dios también nos dice que, quien come indignamente el cuerpo de Cristo come su propia condenación. Además, somos nosotros quienes debemos cuidar y valorar todo lo nuestro.
Son malos tiempos. La pérdida del sentido de lo sagrado; la prevalencia del “sentimiento y la apetencia” sobre la convicción profunda y el compromiso de la fe; el materialismo tan grande y la consideración de las celebraciones religiosas como “actos tradicionales culturales”…Todo esto, también está en el corazón de los cristianos y en medio de la comunidad.
Es urgente el que la comunidad cristiana viva con devoción y autenticidad lo que cree y celebra y lo haga con tanta dignidad que sea respetado, admirado y valorado hasta por los no creyentes.
Que el Señor en la Eucaristía nos transforme en él, nos fortalezca en el camino de cada día y nos anime a la esperanza, al ser prenda de la gloria futura.
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar. Sea por siempre bendito y alabado. Amén.
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