Blog del párroco
HORARIOS DURANTE LOS MESES DE JULIO Y AGOSTO 
sábado, julio 2, 2011, 06:14 AM - Avisos
HORARIO DE MISAS Y ATENCIÓN A LA PARROQUIA
DE LUNES, 4 DE JULIO A JUEVES, 1 DE SEPTIEMBRE
Celebración de la Santa Misa: -Laborables (de lunes a viernes): 20 horas -Sábados y vísperas de festivo: 17 y 20 horas -Domingos y festivos: 12, 13, 20 y 21 horas.
(la misa de 12 se suprime durante el mes de agosto).
Confesiones: Media hora antes de las celebraciones.
Santo Rosario: A partir del lunes, 4 de julio, no expondremos el Santísimo, pero se rezará el rosario si hay voluntarios/as que lo dirijan.
La Iglesia se abrirá a las 19 horas para atender el despacho parroquial.
Teléfono del despacho parroquial: 963517544. Después de escuchar el horario de misas, pueden dejar mensaje


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SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI (26 de junio) 
jueves, junio 23, 2011, 11:46 AM - Comentarios a las Lecturas
SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI (26 de junio)

1ª Lectura. Deuteronomio 8, 2ss. Te alimentó con el maná que tú no conocías ni conocían tus padres.

Salmo 147. Glorifica al Señor, Jerusalén.

2ª Lectura. 1ª Corintios 10, 16-17. El pan es uno, así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo.

Evangelio. Juan 6, 51-59. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.

La Eucaristía es el don que nos hace Jesucristo de sí mismo, se nos da en su cuerpo, alma y divinidad, y nos revela el amor infinito de Dios Padre a cada uno de nosotros. Es el gran tesoro de la Iglesia, Cristo, fuente de vida y el motivo de la fe.

Jesús da gracias al Padre,(la eucaristía es acción de gracias), y nos dice “esto es mi cuerpo, esta es mi sangre… que se entrega por vosotros”. “Mi cuerpo es verdadera comida, mi sangre verdadera bebida…”. “El que me coma vivirá por mí…el que coma de este pan vivirá para siempre”. “Haced esto en memoria mía”.

Tenemos a Cristo, tenemos su vida. Con él tenemos la prenda de la gloria futura, del cielo. El es el alimento que nos permite recorrer el largo éxodo que es la vida, porque nos da fortaleza y nos libra del mal.

En la comunión nosotros recibimos al Señor y él nos recibe a nosotros. El nos entrega su vida y nosotros le entregamos la nuestra, si, le entregamos la nuestra, para que se realice el milagro de transformarnos en él. Como el pan se transforma en Cristo, también el cristiano tiene que transformarse en Cristo.

La Eucaristía es sacramento y signo de unidad: comemos el mismo pan, formamos el mismo cuerpo: La Eucaristía expresa y construya a la Iglesia y a cada comunidad que la celebra. Desde la insolidaridad, la división y confrontación, desde la indiferencia…se hace imposible su celebración. Nos hace uno con Cristo, y en Cristo nos sentimos hermanos.

La Eucaristía se celebra desde la fe, la expresa y la acrecienta. Como Tomás decimos: “Señor mío y Dios mío”; y como el centurión, desde la humildad, le decimos al Señor: “no soy digno de que entres en mi casa”. El Señor, como a Zaqueo nos dice: “baja, que quiero hospedarme en tu casa” y nos urge en el Apocalipsis “estoy a la puerta y llamo”. Acoger al Señor con humildad, con gratitud, con generosidad, con espíritu fraterno. Así, renovamos nuestra fe y anunciamos y proclamamos la muerte y la resurrección del Señor, “hasta que vuelva”.

La sencillez de los signos nos permite contemplar la grandeza de Dios: pan de los pobres, para llegar a todos, subrayando la necesidad que todos tenemos de él.

San Juan Crisóstomo nos recuerda que el mismo que nos dijo “esto es mi cuerpo”, nos dijo también “tuve hambre y me disteis de comer…y todo lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis”. La Eucaristía nos urge a la caridad y a la evangelización. Hay que servir a los pobres y hay que llevar a Jesucristo y su mensaje de amor y de vida a los pobres. La Eucaristía es el grito de Dios en defensa de los que tienen hambre, de los que se sienten marginados y excluidos.

La fiesta de Corpus nació para reafirmar abiertamente la fe del pueblo cristiano en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. El Señor nos sigue amando desde el sagrario, donde está disponible para fortalecer y alimentar a los enfermos, y como confidente en nuestra oración personal; donde puede ser adorado y reconocido en su presencia permanente entre nosotros, donde nos sigue amando hasta el extremo.

Las custodias en forma de sol nos recuerdan quien es la fuente de la luz y de la vida; las procesiones, que Jesús camina junto a nosotros, como caminó por Galilea, curando, acogiendo, cambiándonos el corazón. El Señor quiere recorrer todas nuestras calles, ser visto por todas las personas y llegar al corazón de todos. El jueves santo le contemplamos en el cenáculo, en plan más íntimo entre los apóstoles; hoy es aclamado: flores, música, incienso, ornamentos…adorado en su grandeza, para ser reconocido, afirmado en su presencia real, expresión infinita de amor, queriendo llegar a todos.

El cristiano debe superar el vivir la eucaristía como una “devoción particular mas”, como “una norma o precepto”, como una “costumbre piadosa” o “como una rutina” y, menos aún, como algo separado por completo del compromiso de la vida y del ejercicio de la caridad. Si los que no creen contemplaran nuestras celebraciones de la eucaristía ¿Qué pensarían que estamos haciendo?

Necesitamos cuidar la preparación personal de la eucaristía y no llegar tarde; cuidar el ambiente de oración, silencio y recogimiento en el templo, para favorecer la oración de los demás. Mejorar nuestra formación personal, sobre la eucaristía y los sacramentos, para conocer toda su riqueza y poderlos vivir más (a menudo pensamos que ya no tenemos que aprender más, porque estamos muy formados y lo sabemos todo). Incrementar nuestra oración personal en el sagrario, a menudo tan solitarios, y procurar la asistencia a la eucaristía en días laborables y la visita al Santísimo (los jueves siempre han tenido una especial significación eucarística al recordar la institución, el primer jueves santo).

Especial mención requiere el no banalizar el hecho de la comunión eucarística. La confesión frecuente, para evitar vivir en pecado mortal y estar en las mejores condiciones de recibir la comunión, es necesaria. Ahora, por desgracia, el que se asista a la eucaristía con mucha frecuencia, como si se tratara de un acto social (bodas, funerales, misas por difuntos, primeras comuniones, confirmaciones…) hace que mucha gente acceda sin saber a qué va, y eso se nota, hasta en la forma material de pedir la comunión. Requiere otro capítulo, quienes se encuentran en una situación irregular, por matrimonio civil, y también acceden. (Hay que valorar la disciplina y las indicaciones de la Iglesia, que no juzga sobre conciencias, pero regula sobre normas externas). Se puede asistir a la santa misa sin participar en la comunión sacramental, haciendo una comunión espiritual. La Iglesia siempre nos ha recordado, que para participar en la comunión sacramental eran necesarias tres cosas: estar en gracia de Dios (nos lo facilita la confesión sacramental), saber a quién recibimos (nos recuerda la necesidad de acceder desde la fe y la formación adecuada) y guardar el ayuno eucarístico (ahora se trata de no tomar alimentos ni bebidas alcohólicas desde una hora antes). También debemos cuidar la decencia y el decoro en el vestir, para entrar en una iglesia, participar en una eucaristía y acceder a la comunión. Aunque resulte desagradable y molesto recordar estas cosas, es una responsabilidad grave que tenemos los sacerdotes, ya que la palabra de Dios también nos dice que, quien come indignamente el cuerpo de Cristo come su propia condenación. Además, somos nosotros quienes debemos cuidar y valorar todo lo nuestro.

Son malos tiempos. La pérdida del sentido de lo sagrado; la prevalencia del “sentimiento y la apetencia” sobre la convicción profunda y el compromiso de la fe; el materialismo tan grande y la consideración de las celebraciones religiosas como “actos tradicionales culturales”…Todo esto, también está en el corazón de los cristianos y en medio de la comunidad.

Es urgente el que la comunidad cristiana viva con devoción y autenticidad lo que cree y celebra y lo haga con tanta dignidad que sea respetado, admirado y valorado hasta por los no creyentes.

Que el Señor en la Eucaristía nos transforme en él, nos fortalezca en el camino de cada día y nos anime a la esperanza, al ser prenda de la gloria futura.

Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar. Sea por siempre bendito y alabado. Amén.


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SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (19 de junio) 
sábado, junio 18, 2011, 10:40 AM - Comentarios a las Lecturas
SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (19 de junio)

1ª Lectura. Éxodo 34, 4b-6.8-9. Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso.

Salmo. Daniel 3. 52ss. A ti gloria y alabanza por los siglos

2ª Lectura. De la 2ª carta de San Pablo a los Corintios, 13, 11-13. La gracia de Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo.

Evangelio. Juan 3, 16-18. Dios mandó si Hijo al mundo para que se salve por él.

Terminado el tiempo de Pascua con la celebración de Pentecostés, la Iglesia quiere que contemplemos el misterio total de Dios, el manantial de la vida cristiana que es el misterio de la Santísima Trinidad.

Misterio, porque estaba lejos y se ha acercado, porque era invisible y le hemos contemplado. Misterio, porque nos resulta difícil comprender tanto amor y una solicitud tan entregada por parte de Dios. El Dios anterior a la creación, nos envuelve y habita en nuestro corazón.

La liturgia, y en especial la santa misa, está dirigida el Padre, por Cristo, en el Espíritu. Comienza con el saludo trinitario: “la gracia de Ntro. Sr. Jesucristo…” y termina con la bendición de “Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Del Padre se subraya el amor, fuente de todo; del Hijo la gracia, don de salvación, quien nos lleva a la plenitud; del Espíritu Santo la comunión. Son tres dimensiones del amor de Dios: un amor que da vida, que restaura, que transforma. Un amor que dignifica y eleva.

La Eucaristía es la expresión externa de este amor. La Iglesia es enviada por la Santísima Trinidad y solo se entiende a sí misma y su misión en el mundo si se reconoce desde esta fuente de amor. La vida de cada cristiano debe ser prolongación de este amor de Dios. En Cristo hemos conocido el amor del Padre, hemos escuchado su Palabra y hemos experimentado su presencia en nuestra alma.

El evangelio de hoy nos dice que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él. Porque Dios, no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salva por él”.

Nuestro Dios no es impositivo, se ofrece;da vida, enriquece, llena de paz, invita a la entrega y a la donación personal; espera de nosotros solidaridad, justicia, comunión. Es un Dios de comunión.

Hoy celebramos el día de los religiosos y religiosas contemplativas, los que viven intensamente su “ser presencia de la Trinidad”. Le pedimos al Señor que no falten vocaciones a la vida contemplativa en la Iglesia.

Y para todos los cristianos pedimos al Señor vivir en unidad y comunión. La unidad interior nos da coherencia, madurez. La comunión nos impulsa a cuidar nuestras relaciones con los hermanos, evitando los criterios de interés personal, simpatías o antipatías, para vivir desde los criterios del Señor que nos urge a descubrir hermanos, valorados desde el amor de Dios en nosotros.
Comunión en las familias, en las parroquias y comunidades religiosas, en la Iglesia diocesiana y universal. Comunión en la sociedad y en el mundo. "Para que el mundo crea".


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PENTECOSTES (12 de junio) 
sábado, junio 11, 2011, 10:44 AM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO DE PENTECOSTÉS (12 de junio)

1ª lectura. Hechos de los Apóstoles 2, 1-11. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar.

Salmo 103. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

2ª lectura. Primera a Corintios 12, 3b-7.12-13. Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.

Secuencia. Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.

Evangelio. Juan 20, 19-23. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.


Pentecostés acontece el día en el que el Espíritu Santo es derramado sobre los Apóstoles, reunidos con María y otros discípulos del Señor en oración, en el Cenáculo de Jerusalén. Se oyó un viento recio, cayó sobre ellos unas lenguas, como llamaradas…no es fácil explicar lo que sucedió, lo que está claro es el resultado: aquellas personas quedaron transformadas: se empezaron a ver y sentir como comunidad enviada al mundo a predicar a Jesucristo; comprendían lo que antes no entendían; tenían valor ante lo que les atemorizaba y asustaba; experimentaban un amor muy grande al Resucitado y a los hermanos; su entusiasmo era tal que todos les entendían hablar de “las maravillas de Dios” realizadas en Cristo y en nosotros. Nació la Iglesia y se sintió enviada al mundo.

Jesús, cuando comenzó a preparar su partida, les empezó a hablar con más intensidad y claridad del Espíritu Santo. Estaba presente desde el principio, desde la creación, pero tenían a Jesús y se sentían muy llenos de Él. Jesús les decía que convenía que se machara, que no los dejaría solos, que les enviaría su Espíritu, quien les llevaría a la verdad plena, los defendería, los transformaría interiormente. Pero no terminaban de comprender. También a nosotros nos resulta muy difícil.

El Evangelio nos narra que en la mañana de la Resurrección, cuando está la comunidad reunida, se hace presente Jesús y después de saludarles con la paz, “exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados y…”. En la creación de Adán, Dios sopló sobre el hombre y creó, dio vida; ahora es Cristo quien exhala su aliento para que su Espíritu, dejando en nosotros su misma vida, nos perdone y no haga capaces de trasmitir el perdón, la vida misma de Dios. Comienza en nosotros la nueva vida espiritual.

La Iglesia tiene el Espíritu Santo, don personal que procede del Padre y del Hijo; es el aliento, la misma vida de Dios, el amor de Dios.

El Espíritu Santo transforma a la Iglesia, de un grupo de hombres, en una comunidad de hermanos, con una meta, el Padre, un camino que se convierte en misión, Cristo; y una fuerza, un vigor, el Espíritu Santo...Cada cristiano lo hemos recibido en el Bautismo y en la Confirmación, para que nos asemeje a Cristo y podamos llevar adelante su plan transformador en el mundo. Dejarle actuar y escucharle serán nuestra responsabilidad.

El Espíritu nos ayuda a entendernos porque nos hace hablar la lengua de la caridad, a vivir en comunión (no quiere decir “uniformados”, (hay diversidad de funciones y de cualidades). El Espíritu quiere que vivamos como Jesús y que actuemos en su nombre.

La secuencia de la misa de hoy presenta al Espíritu Santo como Padre amoroso, luz, don extraordinario; habla de su efecto en nosotros: es el dulce huésped y descanso del alma, tregua, brisa, gozo…Nos enriquece, llena el vacío interior, nos sana el corazón, nos serena, pone el calor de la caridad… nos premia, nos salva.

El Espíritu Santo es la tercera manifestación personal de Dios. La obra del Padre es la creación; la del Hijo la redención (¡qué visible fue su vida, su muerte y su resurrección!); la obra del Espíritu Santo es la vida de la Iglesia y su pervivencia en el tiempo, la santidad de tantos cristianos (los santos son don, fruto y presencia del Espíritu) y la transformación que debe darse en nosotros para que cada día podamos decir, con mas verdad, es Cristo quien vive en mí, para mí la vida es Cristo. La vida de oración.

El Espíritu tiene que ser visible en el mundo, no puede ser el gran ausente y desconocido. Nosotros somos templo de su presencia y nuestra vida debe ser fruto eficaz de su acción. Cuando el cristiano vive comprometido, como lo estuvo Cristo, en las causas de los hombres, en los problemas de la sociedad, en esta entrega el Espíritu se visibiliza. En la historia “habló por los profetas”, y sigue sorprendiendo con los nuevos profetas, que se salen en todo tiempo, para alzar la voz sobre alguna urgencia o algún derecho fundamental, que la mayoría de los contemporáneos no ve: Juan Pablo II, Madre Teresa de Calcuta…

Los frutos del Espíritu Santo son manifestaciones en la vida del cristiano de esta presencia interior: la alegría, la paz, la caridad real, la paciencia, la generosidad, la bondad, la perseverancia, la fe, el amor limpio y generoso…

Pentecostés es dimensión permanente de la Iglesia y de cada cristiano. Abiertos a la acción del Espíritu, por el camino que es Cristo, hasta la meta, el Padre, llevando con nosotros la realidad de nuestros hermanos.

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ASCENSION DEL SEÑOR (5 de junio) 
domingo, junio 5, 2011, 09:21 AM - Comentarios a las Lecturas
SOLEMNIDAD DE LA ASENSIÓN DEL SEÑOR (5 de junio)

1ª Lectura. Hechos de los Apóstoles 1, 1-11. Se elevó a la vista de ellos.
Salmo 46. Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas.
2ª Lectura. Carta a los Efesios 1, 17-23. Lo sentó a su derecha en el cielo.
Evangelio. Final del Evangelio de Mateo. 28, 16-20. Misión de los Once en el marco de la Ascensión. “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra”.

“Subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre”. Cuando recitamos el credo, proclamamos nuestra fe en la glorificación de Cristo y en su vuelta junto al Padre, el lugar y la dignidad que le corresponde, después de cumplir su misión en la tierra entre nosotros. El Crucificado y Resucitado, vive junto al Padre hasta que “de nuevo venga con gloria a juzgar a vivos y muertos”.

Los discípulos no terminaban de creer que el Señor fuera a marcharse: “¿Cuándo vas a instaurar la soberanía de Israel?”. El Señor los condujo a Galilea, a un monte, y desapareció de sus ojos. Es la última vez que le vieron glorioso después de la resurrección. Y allí les envió a ser sus testigos, y a bautizar, incorporando nuevos miembros a la comunidad cristiana, al proyecto de Jesús.

No los dejaba solos, les prometió el Espíritu Santo y les aseguró otra forma de presencia: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos”.

Hoy es un día de alegría y de cierto pesar. Celebramos la victoria del Señor, pero la Iglesia, la comunidad cristiana, vive sin la presencia física de Cristo; lo tiene de otras formas: en la Palabra, en la comunidad, en los pobres, en la eucaristía, en su Espíritu…Tenemos que ser sus testigos porque no está El. Esta es la exigente y trascendente misión de la Iglesia. Debemos hacer presente su vida sus palabras, sus valores sus prioridades…de forma que invitemos al seguimiento, a la incorporación a la comunidad y que recordemos su regreso.

El Señor se despidió en Galilea, así nos recuerda que es en la vida ordinaria, en el día a día, incluso en nuestras tareas más ocultas, donde debemos vivir con el Espíritu y desde las palabras de Jesús.

La vida de todo cristiano tiene una meta, el cielo, no estamos perdidos ni desorientados. Además, debemos mirar hacia arriba y apartar de nosotros todo materialismo y codicia.

Tenemos una misión, ser testigos del Señor, y esto supone vencer la mediocridad, la rutina, desterrar el mal de nosotros, vivir el Evangelio, permanecer en actitud de mejora y conversión.

El vivir sin la presencia de física de Cristo nos urge a tener más sentido de Iglesia, de comunidad cristiana: la Iglesia es el cuerpo de Cristo y los hermanos en la fe nos respaldan y acompañan en el testimonio. No estamos solos ni vamos a la nuestra. No podemos llevar una vida cristiana individualista, ni que se circunscriba solo a lo privado, porque la fe se vive en el mundo y para transformarlo en el proyecto de Dios.

La Iglesia y las comunidades cristianas no estamos llamados a encerrarnos en nosotros mismos “galileos, no os quedéis mirando al cielo” sino que tenemos que seguir la misión de Jesucristo, con la fuerza de su Espíritu y el consuelo y estímulo de su compañía “Yo estoy con vosotros”.

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