DOMINGO 26º DEL TIEMPO ORDINARIO
sábado, septiembre 25, 2010, 03:43 PM -
Comentarios a las Lecturas
DOMINGO 26º DEL TIEMPO ORDINARIO (26 de septiembre)
1ª Lectura: Amós 6,1ª.4-7: los disolutos encabezarán la cuerda de los cautivos.
Salmo 145: Alaba, alma mía, al Señor.
2ª Lectura: 1ª Timoteo 6, 11-16: Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor.
Evangelio: Lucas 16, 19-31: Recibiste bienes y Lázaro males, por eso encuentra aquí consuelo mientras que tú padeces.
Las lecturas de este domingo nos siguen planteando el tema del domingo anterior. La semana pasada el Señor nos decía que no se puede servir a Dios y al dinero. Hoy vemos el peligro de vivir inmersos en un ambiente materialista, de riqueza y derroche.
Jesús nos recuerda el peligro que conlleva el mal uso de las riquezas: se nos puede endurecer el corazón hasta hacernos ciegos e insensibles ante la necesidad del hermano, hasta que veamos lógica y normal la situación de pobreza y sufrimiento que siguen padeciendo tantos Lazaros cercanos a nosotros.
El salmo, como tantas veces la palabra de Dios, nos recuerda quienes son los preferidos de Dios: los oprimidos, los hambrientos, los cautivos, los ciegos, los que se doblan, los huérfanos…Amos en la primera lectura afirma que los que viven en la opulencia no son capaces de ver mas allá de sí mismos, que el lujo no deja ver los desastres del pueblo.
En el evangelio vemos el abismo que puede mediar entre un rico y un pobre, en la vida y a los ojos de Dios. El Señor llama a los fariseos “amigos del dinero”; al pobre solo le sobran penurias y calamidades.
Cuando mueren los dos, sus destinos se intercambian: el pobre va al seno de Abraham y el rico es destinado al abismo.
El relato no intenta describirnos que es lo que hay mas allá, sino hablarnos de la justicia de Dios, quien no abandona a los que sufren, a los pobres y abandonados, dándoles todo lo que el mundo les niega, porque es misericordioso.
Las peticiones del rico a Abraham subrayan la responsabilidad de las acciones humanas (lo ya hecho es irreversible) y la importancia de escuchar la Palabra y dejarse interpelar y convertir por ella (“tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen”)
También en nuestro tiempo la preocupación por el propio bienestar puede ir unida a la despreocupación por la vida de los demás. Escuchamos la Palabra de Dios, que nos inquieta y nos interpela, pero que no termina de convertirnos (“si no escuchan a Moisés y a los profetas…”). Unido a la insensibilidad ante la palabra está la sordera y ceguera ante el escandaloso espectáculo de la pobreza en el mundo.
El seguimiento de Jesús nos pide no dejar que se endurezca nuestro corazón; que la búsqueda del bienestar, para nosotros y los nuestros, no nos cierre ante la compasión, afectiva y eficaz, que requieren nuestros hermanos.