viernes, septiembre 2, 2011, 11:52 PM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO 23º DEL TIEMPO ORDINARIO (4 de septiembre)1ª Lectura. Ezequiel 33, 7-9. Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre.
Salmo 94. Ojalá escuchéis hoy su voz: “no endurezcáis vuestro corazón”.
2ª Lectura. Romanos 13, 8-10. La plenitud de la ley es el amor.
Evangelio. Mateo 18, 15-20. Si te hace caso, has salvado a tu hermano.
Los discípulos de Jesús formamos la Iglesia, la asamblea de los reunidos y convocados por el Señor. Somos una comunidad que tiene unas características y un estilo propio, de los que quieren configurarse a su Maestro. Hoy, el evangelio nos recuerda algunas exigencias: la corrección fraterna y la oración en común. ¡Qué difícil resulta, en un tiempo en el que se considera un deber sagrado dejar que cada uno vaya por donde quiera, “a su bola”, hacer ninguna indicación que parezca que es inmiscuirse en la vida de alguien! La palabra del Señor es muy clara:”si tu hermano peca repréndelo a solas entre los dos o, si hace falta, ante la comunidad”.
El Señor nos pide que tengamos valor para afrontar cara a cara al hermano y que tengamos humildad y amor suficiente para ayudarle a reconocer su pecado, para que pueda salir de él. Es fácil hablar del pecado del hermano por la espalda y a otros: eso es murmurar. También puede ser fácil, en un momento de ira, abocarle una verdad que le humille y avergüence. También es fácil prodigarnos en alabanzas y adulaciones.
Aquí, el evangelio nos recuerda, que en la comunidad cristiana es tan importante el hermano, vale tanto, que no hay que perderlo. La corrección fraterna hecha de manera individual, o con un hermano o, si fuera necesario ante la comunidad, manifiesta la delicadeza de la caridad y el interés por el hermano, hasta el punto, de que la misma exclusión de la comunidad, no es un castigo, sino crear una situación de silencio y soledad para que el pecador añore y valore la vida de fidelidad al Señor y la vuelta con los hermanos.
La exclusión de la comunidad nos recuerda que no podemos sentirnos miembros de la Iglesia manteniendo una conducta que no es propia de cristianos. La vida de fe se expresa en unos comportamientos, en una vida moral. Muchas veces la Iglesia es criticada cuando exige coherencia a profesores de religión y a profesores de centros confesionales católicos, a quienes solicitan recibir sacramentos, a quienes ejercen distintos servicios dentro de ella… porque se piensa que la vida moral pertenece solo a la esfera de lo personal y privado, y no tiene nada que ver con la fe, con los medios de santificación, los sacramentos y con la misión de la Iglesia. La vida de fe siempre ha tenido una expresión en el comportamiento, en los valores, en las opciones…en todas las dimensiones de la vida, porque es toda la persona la que sigue a Jesucristo y quiere actuar en su nombre y dejarse configurar por él. Por esto la Iglesia debe urgir a la coherencia y debe trabajar en predicar a Jesucristo y ayudar a que no se separen de él.
La segunda exigencia es la oración en común. “Donde dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. El misterio y la grandeza de la Iglesia está en que ella es Jesús, que en ella está Jesús. Donde dos o más cristianos están reunidos en nombre de Jesús acontece la Iglesia. Juan Pablo II decía que a la Iglesia se le puede perseguir, y que pueden destruir los templos…pero la Iglesia está donde los cristianos oran, escuchan la palabra, trabajan…en el nombre de Jesús. Esto es lo que ha hecho que perdure la fe en épocas de persecuciones y revoluciones. En ausencia de sacerdotes, los cristianos han orado y vivido en torno a la palabra, y el Señor ha hecho que las comunidades conservaran la fe, que la Iglesia perviviera en la persecución y el silencio. La oración nos permite vivir la comunión y la presencia.
Hoy la palabra de Dios nos recuerda estas dos exigencias importantes en la vida del cristiano y que se miran la una a la otra: no podemos ejercer la corrección fraterna, velar por la fe de hermanos nuestros, si no estamos muy arraigados en Cristo por la oración y la santidad personal. Y la oración, nos hace mirar a los hermanos con otra caridad, con otra solicitud para no perderlos.
Muchas veces tenemos la preocupación y el sufrimiento, de no saber cómo actuar ante personas muy cercanas a nosotros, que van separándose del camino, que es Jesucristo, en su vida personal, o que ya se encuentran muy lejos en sus valores, criterios y comportamientos. La oración, el buen ejemplo y la palabra oportuna, caritativa y discreta, dicha desde el amor, son acciones necesarias para poderles ayudar. El cristiano debe sentirse responsable de su hermano y recurrir, de manera prudente y perseverante, a los medios necesarios, para ayudarle a no perder la fe, a no separarse de Jesucristo y de la comunidad cristiana. Esta misión y nuestro amor al Señor deben ser exigencia de santidad personal durante toda nuestra vida.
( 435 visualizaciones )