sábado, septiembre 8, 2012, 03:58 PM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO 23º DEL TIEMPO ORDINARIO (9 de septiembre 2012)1ª Lectura. Isaías 35, 4-7ª. Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará.
Salmo 145. Alaba, alma mía, al Señor.
2ª Lectura. Santiago 2, 1-5. ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres como herederos del Reino?
Evangelio. Marcos 7, 31-37. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
El milagro de Jesús de la curación del sordomudo tiene un profundo significado. Marcos nos lo cuenta con todos los detalles. Le presentaron a Jesús este hombre sordo que apenas podía hablar y solamente le piden que le imponga las manos, pero el Señor realiza un gesto muy complejo y lleno de sentido: lo apartó de la gente, le metió los dedos en los oídos, le tocó la lengua con la saliva, miró al cielo y suspiró, exclamó “Effetá”-ábrete. Y se realizó el milagro, “se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba con facilidad”.
El Señor es quien nos hace capaces de escuchar y de comunicarnos, quien nos abre a la comunión con Dios y entre nosotros. La sordera es un mal de todos los tiempos, es la incapacidad de escuchar lo que Dios y lo que los demás nos dicen. Podemos tener oídos solamente para lo que nos interesa. Así, podemos vivir en profunda soledad y encontrarnos muy lejos hasta de los que físicamente están muy cerca.
El diálogo, también es difícil. Podemos, confundir “escuchar” con “esperar turno” para hablar de lo nuestro. Para que exista escucha y comunicación debe haber interés real por los demás. El amor a la verdad y a los demás hace posible la auténtica comunicación. La pérdida del sentido de la oración y de la práctica de escucha a Dios nos hace menos capaces de escuchar a los demás, y hoy no somos amigos del silencio, de la espera y de la escucha.
El Señor nos abre los oídos cuando nos cambia el corazón. El nos da sensibilidad para comprender la situación de los demás y pone en nosotros la palabra adecuada para servir a la verdad sin faltar a la caridad. En la celebración del sacramento del bautismo había un momento en el que se tocaba los labios del catecúmeno con un poco de sal, materia que significa la liberación de la corrupción, y se decía “effetá”-ábrete. Mediante el encuentro con Cristo, que se realiza en los sacramentos, a través del ministerio de la Iglesia, el Espíritu Santo nos transforma y nos hace capaces de sentirnos hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Celebramos los sacramentos para que ellos nos transformen, para que cambien realmente nuestra vida, no son una práctica que no tiene nada que ver con lo que somos; si no nos cambian, no nos sirven.
En la segunda lectura, el apóstol Santiago nos dice que esa transformación nos tiene que llevar no hacer acepción de personas, a no tratar a los demás en función de lo que de ellas podemos conseguir. Cristo murió por todos y solamente ha distinguido al pobre y necesitado.
Vivimos en tiempo de profundas soledades, de incomunicación, de frialdad en las relaciones, de ingratitudes, de una gran codicia que hace que no se quiera de las personas más que su dinero. Cuando Dios no nos purifica los ojos no vemos más que extraños y rivales; si no nos limpia los oídos, solamente nos escuchamos a nosotros mismos; y si no nos desata la traba de la lengua podemos utilizar la palabra para mentir y para ofender. El Señor sigue pasando junto a nosotros para recrear en nosotros su imagen tan dañada por el pecado.
Que así sea.
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