sábado, noviembre 3, 2012, 11:04 PM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO (4 de noviembre de 2012)1ª Lectura. Deuteronomio 6,2-6. Escucha, Israel, amarás al Señor tu Dios con todo el corazón.
Salmo 17. Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.
2ª Lectura. Hebreos 7, 23-28. Como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa.
Evangelio. Marcos 12, 28-34. Este es el primer mandamiento. El segundo le es semejante.
“¿Qué mandamiento es el primero de todos?”. Jesús responde con prontitud a la delicada pregunta del letrado: “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno; amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser”. Es el “Shemà Israel” con el que todo israelita piadoso rezaba tres veces al día, mirando a Jerusalén, así confesaba su fe en el Dios único y recordaba la alianza del pueblo con él.
Jesús, con esta respuesta confiesa la fe que ha recibido y manifiesta la continuidad de su predicación con la fe del pueblo, la fe de los Padres. Israel, cuando confesaba la fe en el Dios único, expresaba su agradecimiento por todos los acontecimientos del pasado en los que Dios les había manifestado su predilección; el Deuteronomio habla de conservar esta fe en la memoria, contarla a los hijos, vivir envueltos en ese gozo siempre, en casa y de camino, acostados y levantados…durante toda la vida, y trasmitirla a las nuevas generaciones para que nunca olviden las acciones del Señor. La fe era el gran tesoro en la vida religiosa, cultural y social de Israel.
Jesús equipara a este mandamiento el segundo:”Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos. El amor al prójimo es la consecuencia porque no se puede amar a Dios sin amar a quien él mas ama, que son sus hijos.
Confesar la fe, trasmitirla y vivir en coherencia con el amor contemplado y recibido, es la vida y misión del creyente.
Toda la historia de la salvación es una manifestación del amor de Dios que sale de sí mismo y se entrega para que el hombre viva. La dignidad del hombre procede de este gran amor que lo fundamenta; en la cruz llega al extremo, por parte del Padre, que ya no puede darnos más y por parte de Cristo que no puede entregarse más. El sacrificio de Cristo es el cumplimiento del Shemà Israel. En la Cruz encontramos la escuela donde el ser humano aprende a amar de verdad.
El niño aprende a amar en su familia, escuela y comunidad de vida. Los padres, la familia, es el lugar privilegiado para trasmitir la fe, como valor que ilumina todo en la vida. Aquí el niño tiene que aprender, que el amor de sus padres es manifestación, icono del amor de Dios, amor que le hace salir de sí mismo y, desde la fe, buscar las respuestas a todos los problemas de la vida. En la familia se trasmite la vida y el sentido de la vida. La Iglesia necesita a los padres para la trasmisión de la fe, la iniciación en la vida de oración y la trasmisión de los valores del evangelio que ilumines todas las dimensiones de la vida.
La ingratitud, la cerrazón, el egoísmo, la dureza de corazón…con sus muchas consecuencias y manifestaciones, males de nuestro tiempo, nos impiden vivir la fe.
A Dios hay que amarle con todo el corazón, desde todo lo que somos. Él no es algo ni alguien más. Y esto, no se vive como si fuera una obligación, sino con el gozo liberador de quien ha descubierto a su gran Padre que le ama y dignifica.
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